Pinceladas de palabras en el caluroso agosto


Recortes del córtex cerebral a vuelapluma cuando hace demasiado calor un domingo por la mañana.


El catre al lado de la cama grande. Su voz grave, con matices según los personajes. Quizás era por la mañana, al despertar, o por la noche para dormirme. Las siete cabritillas. Entonces era el más fuerte y el más sabio.
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El río corre pardo, como si tuviera polvo encima. No ha llovido. No llueve. Al río le sale humo con este bochorno.
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Se fue en agosto de vacaciones. Se tenía que ir. Igual que yo. Septiembre se me antojó lejos como la eternidad. Es lo que ocurre cuando se ama a los diecisiete años.
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Las sillas rojas y blancas. La pesada cortina naranja del escenario al fondo. El rincón al lado de la puerta. Oscuridad, frío y silencio en el enorme salón de actos. Tarde de viernes. «Reflexiona sobre lo que has hecho. Purga tus pecados». Luego las dos, de hinojos, pedimos perdón a Dios en la capilla. No sé si me oyó. No creo. Ya no me duele el recuerdo ni la mano abierta cruzándome la cara. Solo me sigue atacando la incomprensión.
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Por la estela de agua se cruzan delfines. En la ría, en el estrecho entre dos continentes. Saludan o van a la misma velocidad que el crucero. Siempre sonriendo.
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Se asomó al mirador. Todavía no hablaba. «¡Mira, mira! ¡Allí están los patos!». Ella nos miró, abrió mucho sus enormes ojos claros y se señaló los zapatos.
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Bloqueo demasiado largo. La caligrafía me ha cambiado. Tan pronto se endereza como se tumba o se inclina. Ya no sé escribir. Mil pensamientos que no remato, pero están ahí y siguen bullendo.
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«¿No me quieres ni un poco?». Y hacía dos días que me había dicho que no me enamorara de él. Locura que se hace y se dice, pero que es más locura si se deja pasar.
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Incertidumbre, descartes, probabilidades, esperanzas, decisiones, temores, alguna irracionalidad. Y con este bochorno tan insoportable.
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Algunos han tenido la piel muy blanca. Uno solo, muy oscura y profunda. Y le sabía a sal, a fuerza y a peligro.
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Con la mayoría de los que te ponen por ahí no te arde la garganta ni se cuece el esófago. No bebo alcohol, pero si lo hago, me gusta que me queme las entrañas.
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Hay solo un vacío extraño en aquel momento. El resto, las imágenes, luces, diálogos y caras, lo recuerdo como si fueran de ayer. No hubo miedo ni dolor. Tampoco sé quién pudo salvarme. Pero es en lo único que creo.
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Lo políticamente correcto, el papel de fumar, la ignorancia que sigue campando a sus anchas. La ineptitud, la inmadurez, la pobredumbre moral imperante. Y sobre todo la estupidez. Hoy es 6 de agosto. Volvamos al 45. Nada cambia, solo empeora.
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Lo que hace que creas pero no creas a alguien. Lo que producen las expectativas pero no mirar más allá de un día. Lo que hace cruzarse caminos y compartirlos un tiempo. Lo que los separa. Lo que piensas que quizás ya solo ocurra en la superficie. Y en el interior solo permanezcan ya miradas de ensueño.
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Las niñas de uniforme, de las faldas de cuadros. Que tenían sueños o ambiciones sencillas. Que volaron lejos o se quedaron. Que formaron familias o que no lo eligieron. Las niñas que ya tienen otros cuerpos y otras almas más o menos dañadas, más o menos colmadas. Que no dejen de ser niñas.
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«Lo que más me ha sorprendido y maravillado ha sido tu capacidad para meterte en el personaje masculino y describir sus instintos puramente masculinos. Y, sobre todo, expresar tan bien cómo a un hombre que tiene todo claro en su vida le puede cambiar su visión cuando «la mujer», ella, la que te hace sentir cosas con solo mirarla, cosas que ya estabas convencido de que no existían y que si una vez hace tiempo pensaste que lo sentías, lo atribuyes a la inexperiencia del pasado, se le cruza en el camino». Del colega Jorge Moreno. Parte de su opinión (hecha pública ahora) sobre Marie
Pues eso. Que es tan fácil como intentar ponerse en la piel del otro. O haber sido el otro en otra vida.
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Mucha gente paseando. Mucho calor. Árboles y vegetación por doquier. Y el Tagus romano con su toque de frescor. Menos mal. Pero no. Faltaba él. El idiota de turno haciendo aspavientos y hablando a grito pelado. El de las gafas de sol de espejo y la camiseta sin mangas. El del manos libre. Que no descansa.
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Luces estroboscópicas. Un local a la orilla del Tajo otra vez, pero ahora no lejos del puente del 25 de abril. La bellísima Lisboa. Mojitos. Bailando.
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You win again. Bee Gees. Amor puro, infinito. Hace treinta años.
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Se eligen, van, vienen, se quedan o no. Se descartan, se desprecian, se malinterpretan, se admiran, se quieren. Se acobardan, se desentienden. Están o no. Se apartan, se unen, se separan, se acaban, permanecen. Se vuelven a encontrar. Pero ninguno somos imprescindibles.
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A veces iban por la parcilla en el jardín de la casa de mi abuelo en el campo. Lentas, grises, peludas, en formación perfecta. Me fascinaban y aterrorizaban al mismo tiempo. «¡Que no os dé el humo!», decían los mayores cuando limpiaban el pino de sus nidos y encendía la lumbre. Pero siempre nos daba. Los ojos enrojecidos, pero la visión seguía fascinada.
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«¡Para, papá, para el coche, que viene corriendo con la lengua fuera! ¡Para, para!». Y le abrí la puerta. Saltó al asiento trasero. El otro protestó, pero no mucho. Y él jadeó sin aliento, con las orejas en punta y los ojos muy abiertos. Marrones, tristones. «Menos  mal...», debió de pensar. Y se quedó ya, pero nunca fue demasiado tiempo.
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Bajo el cielo gris y otoñal de Londres. Nos entendimos en la lengua de Shakespeare, pero él tenía acento de Calvados y yo de queso manchego.
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-Es pequeño.
-¡No jodas! ¿El Coliseo?
-Es pequeño.
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Stream of consciousness lo llaman los sajones. Lo estudiábamos en Crítica literaria en 4.º de carrera. Aquel profesor con barba de chivo, gafas a lo John Lennon y acento de la Gran Manzana. Chorradas literarias. Me quedó para septiembre. Claro.
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Estar en un sitio donde no se está. Contener sueños, sudor y la cara. Siempre es hermosa la luz que se filtra entre los árboles. Y esta ligera brisa que quiere engañar al calor. Antes me gustaba el verano. Ahora me aplasta más cada año y en marzo ya empiezo a temblar.
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Cuando volvamos a vernos, Daturas y lantanas, La sal de las manos. Alguno más. ¿Cuál será el título? ¿Podré acabar?

Comentarios

  1. Te prometí que haría algún comentario sobre lo que escribes. A esta edad debemos cumplir las promesas.
    Creía que te gustaba el verano, pero ya veo que has cambiado. Me siento mejor ahora, cuando el sol no molesta tanto, aunque en los últimos años me han enseñado lo bonito que es un atardecer de verano en la playa. Me lo había perdido en mis primeros cuarenta julios.
    Expones demasiado tu corazón, o no. Quizás otros seamos demasiado herméticos o pudorosos o cobardes.

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    1. Las promesas hay que tratar de cumplirlas a cualquier edad, señor E. Pero las importantes. Comentar o no en un blog no llega ni a eso, pero sabiendo que eres tú, no me puedo esperar menos.
      El verano me seguiría gustando si no hiciera tanto calor y no durara seis meses o más, que mira qué fechas son y no bajamos de 30º. Así que también me siento mejor cuando el sol no aprieta tanto, pero cuando soy feliz cual perdiz es cuando llueve.
      Y cada cual somos como somos, mucho más a estas alturas de la película, y nos exponemos hasta donde queremos. Pero nadie es cobarde si no quiere hacerlo. Faltaría más.
      Ya seguiremos...

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