HARRY HOLE. Aquí, unos amigos.
Jo Nesbø es un escritor noruego delgado y fibroso, media la cincuentena de marzos y tiene los ojos claros, fríos y tranquilos, y la cara triangular de gato rubio y esmirriado al que le gusta escalar rocas porque le tiene miedo a las alturas. En fin, un gesto de no dar un ruido, de si yo solamente pasaba por aquí. Pero también tiene cara de psicópata, de macarrilla inofensivo que esconde a un monstruo desalmado de mente diabólica y creadora de las mayores atrocidades.
Todos podemos imaginar barbaridades en algún momento porque la crueldad y hacer el mal los llevamos de serie, quienes leemos y amamos la novela negra lo sabemos hasta grados insospechados, aunque la realidad siempre supera la ficción. Pero este señor las imagina con un arte y maestría insuperables, las escribe y luego las publica con esa pinta de salmoncillo poca cosa pero en plan frase de mi paisano José Mota: “No te digo que me lo mejores, solo iguálamelo”. Y desde que era pequeñajo, como comentaba —con humor muy nórdico— en esta conferencia de 2012: en el colegio tenían que escribir redacciones de temas como, por ejemplo, excursión al campo, y en las suyas nadie regresaba vivo, lo que llevaba a que los profesores se mosquearan un poco con él.
O sea, que el chiquillo ya apuntaba maneras muy oscuras, pero entonces le tiraba más el fútbol. Una inoportuna lesión de los ligamentos en las rodillas privó a Noruega de la leyenda que hubiera sido su delantero más famoso. Del disgusto, el chaval se pasó unos años de militar y después, espabilado como era también con los números, estudió Administración de Empresas y Económicas mientras andaba en más trabajillos, y terminó de tiburón de la Bolsa. A la vez, tocaba la guitarra y componía canciones para la banda que formó con unos colegas y un hermano pequeño, al que Odín llamó demasiado pronto al Valhalla hace dos años. Eran malos a rabiar hasta que fueron menos malos, dieron un pelotazo y empezaron con giras y bolos por todo el país.
A su izquierda y a la guitarra, su hermano Knut, DEP. Escuchad la canción y ved el panorama con el público entregado. Tiene su punto.
Pero un día el chaval, ya nada chaval, se quemó de currar en la oficina por la mañana y coger aviones para cantar por la noche en el garito de turno y dijo: “Ahí os quedáis, que me piro a la quinta puñeta para desconectar”. Lógicamente eso fue en las Antípodas. Antes, una amiga editora le había comentado que escribiera algo sobre la historia y el éxito de su banda, por lo menos en su país, que en el resto del mundo solo conocimos a A-HA. Pero él no tenía intención de escribir nada de eso. (Ay, Jo, si hubieras cantado en inglés y hubieras tenido la facha del muñequito de Morten Harket, también te lo habrías comido todo).
Pues eso, que se largó, y para mí que debió de ser el jet lag o haberse ido poniendo cabeza abajo según se acercaba a la tierra de los canguros. Eso, o que tuvo la suerte del toque de inspiración divina que solo te viene una vez en esta vida perra. Así que empezó a darle a la tecla, retomó la temprana tendencia a cargarse al personal en la ficción y de protagonista se inventó a un tío que, en principio, no tenía nada que ver con él y que terminó siendo el PERSONAJE que todo bicho que escribe sueña con crear. Y a la primera.
Le dio treinta y dos años y un físico imponente de vikingo al uso: 194 centímetros de estatura, por supuesto rubio y de ojos claros siempre enrojecidos, orejas grandes, pelo cortado al cepillo y, en teoría, aspecto poco atractivo. Lo vistió descuidadamente con vaqueros, camisetas, cazadoras o abrigos y botas Dr. Martens. Y con esa pinta y envergadura más bien te imaginas a una mala bestia de las de cambiarse de acera si te la cruzas.
Pues eso, que se largó, y para mí que debió de ser el jet lag o haberse ido poniendo cabeza abajo según se acercaba a la tierra de los canguros. Eso, o que tuvo la suerte del toque de inspiración divina que solo te viene una vez en esta vida perra. Así que empezó a darle a la tecla, retomó la temprana tendencia a cargarse al personal en la ficción y de protagonista se inventó a un tío que, en principio, no tenía nada que ver con él y que terminó siendo el PERSONAJE que todo bicho que escribe sueña con crear. Y a la primera.
Le dio treinta y dos años y un físico imponente de vikingo al uso: 194 centímetros de estatura, por supuesto rubio y de ojos claros siempre enrojecidos, orejas grandes, pelo cortado al cepillo y, en teoría, aspecto poco atractivo. Lo vistió descuidadamente con vaqueros, camisetas, cazadoras o abrigos y botas Dr. Martens. Y con esa pinta y envergadura más bien te imaginas a una mala bestia de las de cambiarse de acera si te la cruzas.
El nombre que le puso, Harry, se lo tomó prestado a su jugador de fútbol favorito y el apellido, al jefe de la policía local del pueblo de su abuela, donde veraneaba de crío. Todo lo cuenta en el vídeo anterior, que merece la pena ver.
A ese Harry Hole le colgó una biografía con una familia en la que falta su madre, su padre, Olav, no termina de superar la pérdida de la esposa ni de aceptar la complicada profesión del hijo, y su hermana menor, Søs, tiene síndrome de Down y es su debilidad. También le puso los miedos a la oscuridad y a los ascensores. Le añadió una serie de golpes vitales difíciles de digerir y un carácter con tanta inteligencia como ingenuidad, tozudo, solitario, antisocial, lleno de contradicciones, incluso salvaje y brutal a veces consigo mismo más que con los demás, pero también de una entrega a ellos y a lo que cree, una generosidad y un romanticismo exacerbados y arrebatadores. Pero, sobre todo, lo hizo imprevisible, y la forma en que va evolucionando a lo largo de toda la serie es la que consigue atraparte (trama, secundarios, etc. funcionan porque está él y a la vez lo complementan). Eso sí, si no lo hace, ya no lo logrará por más que te empeñes. Pero si te ha cazado, no te soltará, incluso aunque acabe desapareciendo algún día por obra y gracia de su señor padre.
Una personalidad así resulta que es un inspector de la policía de Oslo y un alcohólico sin remedio. O sea, que una, que tiene querencia por los agentes de la ley de cualquier nacionalidad y por los animalitos (ficticios o reales) heridos o con taras por fuera o por dentro, descubre a un ejemplar como Harry Hole y se rinde también sin remedio. En la literatura negra contemporánea solo me he encontrado con otro poli ideal, que ocupa el primer puesto en mi corazón más oscuro. Harry se ha hecho con la parcela de al lado. Son incomparables y perfectos, cada uno en su época y por supuesto gracias a las manos de sus muy distintos padres.
Ojalá la adaptación al cine que se anuncia sea, no la mitad, sino la millonésima parte de buena que es esta OBRA MAESTRA que firmó Curtis Hanson en 1997. Pero me temo que lo tendrá más que difícil.
Con todo esto Nesbø lo situó en aquel país tan particular que es Australia, como un primer aviso de que su personaje también iba a ser así, lo puso a perseguir a un asesino en serie, lo enamoró tan profunda como trágicamente, lo hizo contar unos cuantos de esos malos golpes, y lo llevó por ese infierno de alcohol en el que lo hará entrar y salir, cuando le venga en gana y menos se imagine, durante otros nueve libros más. Para escribir ese primero solo tardó cinco semanas y lo tituló El murciélago.
La cuestión es que, para mí, Harry Hole es un personaje que ha logrado representar la compleja y ambigua naturaleza humana con lo que en mi pueblo llamamos perfección. Incluso rizo el rizo y lo llamo la perfección de la imperfección y, además, con la magia de conseguir que si fuera real, querrías cruzártelo, te irías detrás y te pondrías a su disposición para lo que se terciara. Y para lo que se terciara es PARA LO QUE SE TERCIARA (entienda cada cual lo que quiera). Eso, o llevártelo a casa para adoptarlo y ponerle un chip: este perrillo es mío y ya no dejo que el canalla de su padre lo haga pasar por tantas desgracias, accidentes y torturas. Que desde palizas, ahogamientos, aludes que lo entierran vivo, mutilaciones, desfiguraciones, enganche total al Jim Beam, al opio y ocasionales chutes de drogas más duras, casi degollamientos y disparos, al pobre Harry le ocurre de todo. Y eso por no hablar ya de disfrutar/sufrir un amor/desamor que no lo vuelve loco de milagro (a él no, pero a ti sí). O sea, que lo de menos es que beba. Poco vicio es para aguantar tanta tralla el angelito, aunque vaya saliendo mal que bien, le echen siempre una mano que él nunca se explica ni cree merecer y... aunque todo el mundo lo quiera, los primeros, los lectores.
El caso es que los que se lo hayan encontrado ahora tienen la inmensa suerte de empezar por ese principio con El murciélago, y es recomendable que lo hagan siguiendo el orden porque su lectura evolucionará igual que la serie y los personajes y disfrutarán más. Pero el resto lo conocimos en la tercera historia, Petirrojo, donde aparecen personajes que se irán haciendo habituales en la serie (hasta que el señor Nesbø quiere, claro). Y nada más empezar está ese toque especial, desde la primera y caótica escena de la vigilancia en un coche donde hay dos policías que son compañeros: una mujer y un hombre al que ella tiene que controlar por su constante anticipación e intuición ante lo que sucede, y su imprevisibilidad por lo que se le ocurra hacer.
Luego, pueden ser los diálogos, algunos con ese humor muy particular que existe en toda la serie. O puede ser esa inestabilidad pero seguridad en sí mismo que muestra Harry, su capacidad para ver que va resolver el problema o el caso a su manera. O quizás es simplemente una frase o uno de esos gestos, como decía, pero sabes que la sensación al leerlos e imaginarlos es nueva. Harry puede compartir características con los muchos polis que ya conoces —y yo conozco a unos cuantos (y los que me quedan)—, pero él es distinto, tiene algo ÚNICO que no creo que se pueda definir bien. O quizás no es algo, sino TODO. Y es muy difícil sobresalir en un género como la novela negra, donde hay tanto estereotipo, tantos caminos ya transitados, tantos buenísimos polis protagonistas como los gabachos Jean Baptiste Adamsberg o Martin Servaz, el caótico danés Carl Mørck (acertada adaptación al cine, la verdad), el tan ruso y poético Arkady Renko, el americano Harry Bosch, el correctísimo germano-escocés Jan Fabel, mi muy querido y gallego Leo Caldas, el inglés atormentado Jack Caffery, el maravilloso Kari Vaara, que es un HH finlandés... Y si sigo, no acabo. Pero cuando terminé Petirrojo, me había quemado con Harry Hole como muy muy pocas veces. Ojo, con él, con ese acierto en la forma de estar construido. La trama no deja de ser clásica, más o menos leída ya en tantas otras, pero él es completamente nuevo.
Así que consigues la serie y te la vas comiendo y conociendo más a Harry, hasta te haces mayor con él también desde esos primeros treinta hasta los cuarenta que pasa ya en Policía. Bueno, a él y a todos los demás secundarios excelentes que lo rodean. Pero a partir de El redentor, empiezas a devorar y cada vez tienes más miedo de seguir porque el siguiente libro ES MEJOR.
Así que consigues la serie y te la vas comiendo y conociendo más a Harry, hasta te haces mayor con él también desde esos primeros treinta hasta los cuarenta que pasa ya en Policía. Bueno, a él y a todos los demás secundarios excelentes que lo rodean. Pero a partir de El redentor, empiezas a devorar y cada vez tienes más miedo de seguir porque el siguiente libro ES MEJOR.
Al acabar El leopardo, cuyas páginas has ido pasando casi temblorosamente ya, te has enganchado tanto que remueves cielo y tierra de Internet para dar con ese murciélago, Cucarachas —entonces aún no publicados en español—, Fantasma y Policía. Los encuentras y los lees en inglés, pero lo hubieras hecho hasta en noruego y con traductor cutre. Policía TE REMATA y, con el estremecimiento de emoción en el cuerpo durante muchos días después, concluyes sin dudarlo que te has metido en vena, sin anestesia y en poco más de cinco meses una de las mejores series negras de todos los tiempos.
No es solo ya por el protagonista, sino por la progresión en calidad narrativa y argumental y cómo ves pulirse el estilo y la técnica. Por supuesto, te has dejado manipular al antojo del señor Nesbø, pero te da exactamente igual. Es lo que quieres: seguir encontrando ese giro de 180 grados que vas intuyendo pero no crees posible, o sí, pero no lo quieres creer por más que Harry te demuestre que va a caer cien veces en los mismos errores y horrores, que es capaz de lo mejor y lo peor. Te decepciona, te entristece, te enfurece su debilidad, cómo se tambalea incomprensiblemente cuando lo tiene todo, inteligencia, sagacidad, intuición, perseverancia... Pero no importa. Su capacidad de atracción y seducción te hace caer con él y también levantarte con él, perdonarle hasta lo peor, compartir todos esos golpes. Algunos son tan verdaderamente inesperados como el final antológico de El redentor o, a mi parecer, el más terrible de toda la serie que sucede en Policía, donde sufres con Harry su inmenso espanto y dolor en una escena tan dramática como terrorífica, y será porque no hay escenas terroríficas e impactantes en todos los libros.
Y será que no vas avisada, que lo ves venir porque le has pillado el truco a Nesbø, pero no, te empeñas en que no va a ocurrir, eso no, que no… ¿Que no? Toma. Y no quieres seguir leyendo, te lo has creído, te crees que HA PASADO DE VERDAD. El (no sé si mínimo) consuelo es que Policía también se lleva la palma con el Harry más luminoso, enamorado y feliz —aunque también las pasa muy perras con otro asunto peliagudo, uno en el que nunca se había metido y, claro, también le toca—. Pero está y es feliz, nunca lo has leído así, casi con la ingenuidad del principio, siempre con inseguridades pero, para variar, con un optimismo que le sienta fenomenal, aunque a ti te da más miedo todavía. Esto se va a estropear, seguro. Entonces llegas al final y... Ay, ese final... En fin, también increíble después de tanto mal trago tras los intensos El muñeco de nieve, El leopardo y Fantasma, donde, sobre todo en Fantasma, lo has visto convertirse en el Harry más oscuro, peligroso y descontrolado.
En fin, que empatizas con todo. Con Harry y con la cohorte de secundarios, desde los buenos hasta los malos más malísimos. Los jefes Bjørn Møller y Gunnar Hagen, los compañeros como Ellen, Jack Halvorsen, Bjørn Holm o la inmediatamente querida Beate Lønn, el psiquiatra Ståle Aune, los amigos como el taxista pirado de Øystein y el friki de Tresko, la perturbada pero superdotada Katrine Bratt, Kaja Solness (un rayo de esperanza en El leopardo), el refinado cabrón de Tom Waaler y el elegante y temible Mikael Bellmann con esa rata que es su acólito Truls Berntsen. Y los más monstruosos asesinos, las situaciones imposibles, los crímenes más espantosos o las puestas en escena más impactantes. Te gustan TODOS y no puedes evitarlo. Y cómo no: Rakel Fauke y su hijo Oleg, o el amor más real, lleno de altibajos, de contratiempos y desastres, pero inmenso y profundo. El sí pero no constante y adictivo, devastador y glorioso al mismo tiempo.
Por eso, cuando terminé, primero me quedé vacía, luego noté el nudo de angustia por terminar de entender completamente a Harry: se me había acabado mi Jim Beam y me esperaba un resacón de proporciones épicas, como así fue. Y, por último, elevé un ruego inmediato a Odín para que su hijo Thor descargase el martillazo de martillazos a ese canalla de Nesbø. "¡Que le aplaste la cabeza!", me dije con mi vena más Hole desatado, así se queda todo como está, o sea, PERFECTO, y no se le ocurren más barbaridades para esa criatura. Pero no, una muy inquietante puerta se queda abierta. Sí, habrá más Harry, pero no me lo quiero imaginar, no puedo, no lo resistiré. YA NO.
Así que acompañar a alguien —aunque sea ficticio— que te hace sentir, con tanta verdad, la desesperación, el miedo, el sufrimiento, la intriga, la sorpresa, el horror, el sacrificio, el descontrol, la amistad y el amor con la intensidad que significa Harry Hole es un placer que pocas veces se logra. Y eso de engancharse tanto que te irías a con él hasta al infierno es mérito de los grandes. Usted lo es, señor Nesbø. De los MÁS GRANDES. Infinitamente agradecida.
Mariola
MÁS INFORMACIÓN:
- JO NESBØ WEBSITE (en inglés)
- Colección Roja y negra (que están publicando los títulos que faltaban en español)
- JO NESBØ. SELECCIÓN DE ENTREVISTAS en Youtube
- En Facebook
Mariola, vaya tesis Holiana, la espera ha merecedo la pena. Yo también he tomado ese vuelo que emprendí con un Petirrojo y he sufriendo a Harry, y he ido queriendo a Harry, he ido admirando a Nesbo y, a día de hoy, soy una Nesboadicta. Fantástico artículo master!!!!!
ResponderEliminarGracias, guapa. Me ha costado media vida, ja, ja, ja, pero bueno, ya está. Me alegro de que te haya gustado. ¡Seguiremos en la brecha!
EliminarGRAN ARTICULO MARIOLA, COMO SIEMPRE.
EliminarGracias por el comentario, José. No sabía quién eras, pero ya te veo ;-). Y gracias también si me has leído más cosas.
EliminarMe he emocionado leyendo tu artículo, aunque creo que la definición no es acertada. Es una disertación sobre Nesbo, sobre Harry y sobre los lectores que tiene esparcidos por el mundo.Sabes que te sigo de cerca, que estoy rendida al mundo Nesbo y solo puedo felicitarte por saber plasmar el sentimiento que muchos albergamos respecto a este autor y a este personaje. Muchas gracias Mariola.
ResponderEliminarY por cierto.... ¿algún comentario sobre Police?.
Gracias, Araceli. Me alegro mucho de que te haya gustado. Quise resumir o incluir varias impresiones sobre el universo Nesbø y todavía creo que podría haber descrito más, je, je. Pero lo importante era precisamente sacar ese sentimiento y, también, compartirlo. Gracias de nuevo :-).
EliminarHola Mariola,
ResponderEliminarQue gran artículo. Me he saltado algunos trozos para no caer en spoliers.
Felicidades.
Gracias. Y siento lo de los spoilers. Creí que no ponía muchos, o no muy relevantes ;-). Un saludo.
EliminarVaya, pues yo leí El Murcielago, y decidi no leer más de la serie. Donde este su vecino Wallander, humano, simple e imperfecto, que se quite Hole, que para mi es el vulgar repartidor de palos un poquito más sofisticado. Para gustos están los colores, y en estos tiempos las novelas negras.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo en todos los gustos para todos los colores.
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