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Aquel nazareno

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    Hace tanto tiempo que no recuerdo la edad que tenía ni si era Jueves o Viernes Santo. Solo estoy segura de que era de noche. Fue de esas impresiones que alcanzan grado de inolvidables al ver entrar a aquel nazareno en casa de mis abuelos, que sigue siendo la nuestra ahora.     En la infancia son esas impresiones ante un hecho inhabitual, puntual y llamativo las que se graban en la memoria para siempre, sobre todo si llevan aparejadas la emoción, el miedo y la fascinación. Así fue aquella noche. En esta Semana Santa del presente me ha vuelto a la cabeza.     Desde entonces, y pese al transcurrir del tiempo, los nazarenos, sobre todo los de hábito y capirote negros, me siguen fascinando, como la liturgia y puesta en escena que hay estos días, pero evidentemente ya no como en aquel momento.     En aquellos días la casa de mis abuelos era un entrar y salir de gente, familiares, amigos, conocidos… Por unas razones u otras, entre ellas también l...

Volver a la feria

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  Llegan las Ferias y Fiestas de Santiago y Santa Ana en La Solana en otro año atípico y gris, aunque no tan malo como el anterior. Porque el tiempo pasa, sea del color que sea su fondo. Pero nos quedan las ferias que fueron, esas que siempre se nos cuelan en el recuerdo estos días. Así que ahí van los míos, que seguro que comparto no ya solo con mi generación solanera del medio siglo, sino con cualquiera.   De esa foto han transcurrido muchos años y se me aprecia bien el gesto de sorpresa e inquietud ante la situación. Creo que es mi primera feria, o así lo calcula mi padre, que es el del paquete de Ducados detrás de mí.       Son las ferias de la infancia y adolescencia las que se quedan más dentro, también las más especiales, tal vez porque remiten a ese tiempo donde siempre fuimos felices aunque entonces no lo supiéramos así. A los días eternos del verano se unían esos cuantos de diversión por las noches en los cacharritos o dando vueltas por los puest...

Aquellas noches de verano al fresco

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Anochecer. 18 de agosto de 2017. La Solana (Ciudad Real) Fotografía de ©Mariola Díaz-Cano Arévalo Este artículo está dedicado a mi familia y a mis compas y amigas del colegio , que siempre me piden que escriba sobre «cosas de antes» (hay que ver... que somos todavía unas chiquillas). Quizás compartimos los mismos recuerdos solo que con distintas formas, lugares y personajes. Pero seguro que se parecen. Pues que cada cual eche un ratito rememorando los suyos. El pasado jueves por la tarde regresaba de caminata con mi tía. Era el anochecer casi ya sin luz después de un día triste, de sobresalto, espanto y miedo a los que, desgraciadamente, nos estamos acostumbrando. En la calle por la que íbamos, en la puerta de su casa, vi a un abuelillo sentado en su butaca , ya a la espera de esa noche que trajera la ilusión de un poco fresco en este agosto (y verano) tan demasiado caluroso. Porque lo del refrán de agosto, frío en rostro se ha terminado. Inmediatamente me vinieron...

Pinceladas de palabras en el caluroso agosto

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Recortes del córtex cerebral a vuelapluma cuando hace demasiado calor un domingo por la mañana. El catre al lado de la cama grande. Su voz grave, con matices según los personajes. Quizás era por la mañana, al despertar, o por la noche para dormirme. Las siete cabritillas . Entonces era el más fuerte y el más sabio. ** El río corre pardo, como si tuviera polvo encima. No ha llovido. No llueve. Al río le sale humo con este bochorno. ** Se fue en agosto de vacaciones. Se tenía que ir. Igual que yo. Septiembre se me antojó lejos como la eternidad. Es lo que ocurre cuando se ama a los diecisiete años. ** Las sillas rojas y blancas. La pesada cortina naranja del escenario al fondo. El rincón al lado de la puerta. Oscuridad, frío y silencio en el enorme salón de actos. Tarde de viernes. «Reflexiona sobre lo que has hecho. Purga tus pecados». Luego las dos, de hinojos, pedimos perdón a Dios en la capilla. No sé si me oyó. No creo. Ya no me duele el recuerdo ni la mano abie...

Londres, Londres, Londres y siempre Londres

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Habría que ir a Londres cada año y varias veces. Por muchas razones, pero sobre todo porque sí. Para ver, aprender, disfrutar o quejarse del frío, de la lluvia, de la falta de luz, de la mala fama (flema y comida) de sus sajones de pura cepa y cómo miran al resto del mundo desde la  distante  atalaya a la que llaman Albión. Pero se debería ir, estar allí, vivir allí un tiempo.  Pisar sus calles y meterse por sus rincones, que te envuelvan la niebla y la humedad de su habitual gris.  1991 Mes de julio. Fue la primera vez que pisé Londres en mi primer viaje al Reino Unido, con esa beca estudiantil  que te conceden   del típico mes para practicar inglés y convivir con una familia. A mí me tocó ir a Bournemouth, un Benidorm en el suroeste de Inglaterra, en el condado de Dorset, y punta más occidental del triángulo que forman Southampton y Portsmouth con la isla de Wight.  Cerca, la magia de Stonehenge al lado de Salisbury, con su espectacula...