Con Marie de premios. Historias y otras cosillas de velada literaria


El viernes 30 de noviembre estuve de velada literaria. Se entregaban los Premios Atlantis, de la editorial Atlantis, a mejores novelas publicadas en 2017 y Marie estaba como finalista en género romántico/erótico. Y así se quedó. Un logro más de esta historia que tantas alegrías me ha dado. Y la misma tranquilidad por ello que si hubiera ganado. A ver, no estamos hablando de un Nobel ni de un Cervantes y esas alegrías ya han sido suficiente premio. Eso sí, enhorabuena a los ganadores, que lo cortés no quita lo valiente.

Al acto (lo de evento me produce urticaria) me acompañaron mi amiga y agente, Nuria Álvarez, y mis tías, fans habituales. La sangre es la sangre. Se celebró en la sala de la tienda de Fnac Callao, que sobrepasó de lejos el aforo, en el corazón aún más abarrotado del Madrid prenavideño. Esta es la crónica de la velada, donde no faltaron tópicos típicos, ni tampoco metepatas ni bocazas. En definitiva, mucho entretenimiento. 


Mi prehistoria de premios

Fue con once años. Un segundo galardón en un concurso de la Diputación de Castilla-La Mancha. Y tuve que ir nada menos que a Toledo. Con abuelos y tía incluidos, con mi hermanillo pequeño. Día grande donde los haya. La Mancha, mi tierra, se titulaba la narración. Y aprendí una palabra (gracias al soplo paterno) que desde entonces considero una de las más hermosas del español: jaraíz. Todavía conservo el original mecanografiado. Igual que el premio, que fue un fabuloso lote de libros, de naturaleza y de literatura, que tanto me influirían inconscientemente entonces para mis gustos adultos, entre ellos: Boris, de Jaap Ter Haar, y Vikingos al remo, de Carmen Pérez Abello.

Después gané alguno más en Valdepeñas, para El Trascacho, de donde recuerdo a un señor que no conocía y que me comentó que mi relato le había sonado a Azorín. Apaga y vámonos... Y mi  exitosa trayectoria de concursos terminó con un tercer premio ya al acabar el colegio. Y ya. No he vuelto a presentarme a ningún concurso. Porque al crecer ya no me interesaron ni lo han vuelto a hacer. Mucho rollo. Que si las bases, los envíos, los dedos, etc. 

Así que, que en la editorial Atlantis, majillos y currantes como los que más, que apostaron hace un año por esta historia tan personal, la seleccionaran para estos premios pues ya suponía otro logro que tampoco había imaginado. Y eso fue lo que resaltaron la otra tarde.

Al lío. Un poco de caos siempre va bien

¿Qué es un acto de lo que sea sin un poco de desorganización?, ¿sin esa previsión de público que se desborda?, ¿sin esa impuntualidad de los gerifaltes y colaboradores que iban a presentarlo? Eso es lo que pone la salsa a estas historias. Siempre hay algún retraso, un fallo que había sido tan fácil de evitar como haber reservado previamente los asientos de los finalistas que habían confirmado su asistencia y haberles avisado del número de acompañantes que podían llevar. 

Para la próxima, que ya será la décima y digo yo que hay experiencia de sobra, seguro que se podrá conseguir otro sitio más grande o mejor logística. O no. Repito, un poquito de desastre siempre viene bien. Igual que ponerse de acuerdo en lo que va primero: ¿llamamos antes a los jurados, los presentamos y que hablen un poco y luego a los finalistas para entregarles el premio? O... ¿llamamos a los finalistas, que se queden ahí esperando un ratillo mientras habla el jurado y luego ya damos el premio? 

Sí, al final la cosa se entonó y no se alargó esa espera de los pobres finalistas que estuvimos aguantando el ratillo con cara de póker. Yo la pongo muy bien, que para eso tengo buenos maestros como el Francés. Merci, chéri.

La oratoria y el humor

Más clásicos del género de entregas de premios. Los escritores somos cursis. Algunos tenemos madera de cardo setero y guardamos las cursilerías para nuestras historias. Pero en general somos cursis. Que si esto es un sueño hecho realidad, que si necesitamos escribir para respirar, que si nos aguantan esto y lo otro, que si lo sacrificado del silencio, la soledad, las horas que robamos a Morfeo, que si yo no sería quien soy si no escribiera, que si es que no somos de hablar en público porque lo nuestro es la pluma, que si el fútbol es así... Y demás.

Y cuando hay que presentarnos o echarnos flores, alabar esos esfuerzos y sacrificios o agradecer y maldecir a las musas, hay que seguir también con los tópicos. Eso les pasó al editor y su colaborador. 

J. es un tío sencillo, trabajador y que se mueve a tope intentando sacar adelante una editorial tradicional como es la ribereña Ediciones Atlantis. Además, son mis vecinos, así que los he visto cómo se pelean con los teléfonos sonando, los mil correos y manuscritos, las maquetaciones varias y las muchas contingencias de una editorial modesta pero con un amplio y variado catálogo de autores de toda España que ofrecemos cientos de historias para todos los gustos. 

El acólito que llevaba era Emilio Porta, colaborador de renombre y con tablas en esto. Periodista y escritor, creador del logo del AVE, crítico de cine y teatro y vicesecretario de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles. Y lo fue haciendo bastante bien hasta que lo estropeó al caer en otro de los tópicos del ramo: el de ponderar a un colega machacando a otro. O sea, que fue un bocazas. Pero eso lo cuento después.

Entre premio y premio y cuando presentaban a los jurados de las distintas categorías, los dos entremezclaron pinceladas de lo que, con misericordia, llamaríamos humor. Pero ni J. es el Demóstenes del siglo XXI ni Porta llega al nivel de un Billy Crystal o un Bob Hope, por tirar de clásicos de los Óscar. Así que podían haberse ahorrado algunos minutillos de gracietas y haber aligerado un poco.

El metepatas

Porque siempre hay uno. Y esta vez fue un jurado, el de la categoría de ciencia ficción, que al parecer se quedó tan flipado con la obra ganadora que insistió en preguntarle a su autor sobre ella. Pero claro, lo hizo tras la entrega del premio y se puso a destripar media historia y a analizar sus supuestas influencias y estilo, lo que llevó al público a quejarse por irse demasiado de la lengua. Pero el remate lo puso...

El bocas

Porque también tiene que haber uno. Ya lo digo antes: es de muy poco gusto y menos elegancia querer ponderar a un escritor menospreciando a otro. Primero, porque al ponderado lo pones en un compromiso y, si es tan bueno y tan merecedor de todo y todos los premios, no lo necesita porque ya tiene a su público o ya lo ha demostrado. Y segundo, porque al que menosprecias a lo mejor tiene allí muchos lectores a los que no les gusta ni un pelo ese desprecio público y esa soberbia cuando te lo recriminan en un murmullo general de desacuerdo y tú insistes en que lo repetirías una y otra vez.

Así que no, señor Porta, así no son las cosas. El colega novelista histórico Antonio Castillo-Olivares, autor de Las puertas de Toledo o Cercle, será un excelente escritor que efectivamente merece todos los premios, reconocimientos y admiración de los lectores a los que gusta y lo admiran. Y el colega novelista histórico Santiago Posteguillo, autor de las trilogías de Escipión Trajano o Yo, Julia, el último premio Planeta (por muy desprestigiado, encargado y dado que esté) también. Y no hace falta compararlos.

Lo de esto de leer (o escuchar música o cocinar o pintar cuadros) va en gustos. No es cosa de jurados, ni de sesudos críticos sabelotodo, ni de dedos que apuntan en todos lados (el Planeta o el de Villanueva del Nabo). Simple y llanamente GUSTOS. Así que, para la próxima, a ver si ponemos más cuidado y no se nos va la boca tanto, por lo menos en público. La envidia es uno de los siete pecados más desarrollados que tenemos los escritores.

Solo dejo caer que si en vez de Posteguillo hubiera sonado (es un poner...) el apellido Nesbø, no habría garantizado la seguridad física del amigo Porta. 

Acabando que es gerundio

Pues que lo pasamos muy bien una vez más y me fui muy contenta con mi detallito de finalista cuyo destino como pisapapeles está ganando en una encuesta en la red. De momento guarda así las espaldas de Marie y el Francés y promete no ser el último, que quedan más historias

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