The sinner y Outlander. Repaso de series de verano

 

Va un nuevo repaso de series. Este par son del verano. Aún no he terminado Outlander, que cada vez me gustan menos las series de muchas temporadas y episodios, así que está de parón. Pero The sinner sí ha caído, que es cortita.

Una primera conclusión: me estoy haciendo mayor. Una obviedad, sí, pero cierta. ¿Alguna razón en especial? Pues sí: me pone mucho más ese Bill Pullman sesentón en un personaje tan machacado como carismático que el guapísimo muñeco de cara esculpida en mármol que es ese caramelo de Matt Bomer en la tercera temporada. Igual que me ponen muchísimo más esos pedazos de tiparracos escoceses que son Duncan LacroixGraham McTavish que esa otra estatua (pétrea) perfecta que es Sam Heughan. Y con esto me arriesgo a que me decapite toda la tropa mundial que se derrite por el mozo. Pero es lo que hay.

Dejando aparte frivolidades, he de decir que ambas aprueban —la inacabada Outlander en general—, pero no alcanzan la redondez con la que me han seducido otras, como las confitadas de Harlan Coben, por ejemplo. Voy a ello.

The sinner

¿He dicho ya Bill Pullman? Pues lo repito. Bill Pullman.

Siempre alegra ver a uno de esos actores, bregados durante muchos años en películas de toda suerte y condición, cómo antes o después le llega ese personaje que les saca lo mejor. El achacoso, bastante perturbado y también muy humano teniente Harry Ambrose de la comisaría del condado de Dorchester es un caramelazo para cualquier actor. Pero si además tienes el gesto amable y lleno de bonhomía que le tocó en suerte a Bill Pullman, terminas haciéndolo tuyo de tal manera que ya no se puede imaginar a nadie más que él.

Y, además, acompañan las tramas, ambientaciones, repartos y guiones en dos temporadas que logran mantener la intriga y el misterio en 16 capítulos que puedes ver casi seguidos. O sea, ambas son buenos thrillers psicológicos que sigues con interés hasta el final. Y en las dos brillan tanto los protagonistas bastante inquietantes de los intrincados casos —hay que seguir bien los flashbacks, etc.— como Ambrose, de quien te fías siempre y con quien empatizas, pese a todas sus debilidades, fragilidades y también particular carácter. 

Lástima que en la tercera y última temporada a los guionistas se les fuese mucho la mano y terminaran estropeando un material que no era malo. Y es que lo del profesor pijo que básicamente es un imbécil y termina de psicópata, inducido por el amigo más psicópata todavía, está ya muy visto. Y lo peor es alargar el previsible final con conversaciones y giros de guion producto de alguna ingesta de hongos chungos. Lo que estás deseando es que Ambrose le pegue un tiro y se vaya a hacer puñetas por idiota, algo que podría haber pasado muy fácilmente en el tercer o cuarto capítulo.

No obstante, lo del psicópata filósofo que te larga una chapa para avisarte de que quiere matarte es un fallo que se da ahora mucho tanto en series como en el cine. Dicen que habrá más temporadas. Que se lo piensen bien o cambien a los guionistas. Pero lo dicho: Bill Pullman. Solo por él merece la pena.

Outlander

Vaya por delante que no he leído los libros de Diana Gabaldón, pero sí varios del género. Además, he escrito novela romántica con toques eróticos y escenas de sexo y violencia explícitas, así que sé un poquito del tema y sus inevitables y, por otra parte, también buscados y demandados clichés. Pero solo puedo opinar de la serie.

Y le doy un diez en cuanto a ese buen acierto de no cortarse ni un pelo —como toda producción europea que se precie—en mostrar sin aditivos ese sexo y violencia. Sin embargo, a la vez, me resulta todo demasiado estudiado, repasado, elaborado y coreografiado al milímetro. De diseño, vaya, sin un mínimo de improvisación. Pero admito que se trata de eso, de seguir el cliché concebido en el papel.

Esos personajes perfectamente dibujados, con la protagonista femenina de mucho más empaque que los protagonistas masculinos. Ocurre también así con los actores: esa delicada, maravillosa y etérea Caitriona Balfe se come literalmente al Madelman que es el bueno de Heughan, guapo con ansia, avaricia y aburrimiento. Igual que lo hacen los secundarios como los antes nombrados Duncan Lacroix (estupendo Murtagh FitzGibbons) o Graham McTavish (Dougal MacKenzie). 

Y el que se los merienda a todos con patatas es Tobias Menzies como el villano sin parangón, ya exagerado a la enésima potencia (también toque clásico del género). Desde que compuso a ese Bruto inolvidable en Roma y clava al duque de Edimburgo en The Crown, este estupendo actor londinense se ha hecho un maestro en personajes oscuros a más no poder. Y seguro que el chaval es un encanto en su casa.

Por otra parte, tanto por ambientación, vestuario, fotografía y tramas, se sigue con interés aunque también previsibilidad. La idea literaria original es buena y los viajes en el tiempo son tema atractivo y siempre funcionan. Así que de momento continuo con ella, porque entretener entretiene.

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