Series confitadas (y otros negociados televisivos)


En estos días la cabeza está dando de sí hasta límites insospechados. Las que ya estaban más para allá que para acá igual han estallado ya. Las que se mantienen medio cuerdas procuran entretenerse como sea. Pero en general todas están pasando por las mismas fases, tal como el panorama actual.

La mía ya tenía sus desajustes de fábrica y, como está acostumbrada de siempre al retraimiento, soledad y confinamiento, no lo lleva mal. Así que ha estado como las demás: de serie en serie y de canal en canal. Tampoco sin abusar y a salto de mata, o mejor dicho, dosificando y ajustando actividades a ocio televisivo, que, con tanta oferta, ya también produce estrés.

Ese es mi resumen donde me dejo aparte el cine.

Series

Los asesinatos del Valhalla

La tengo mediada todavía, que las series nórdicas son de trago largo y para recrearse casi más en lo visual con esos escenarios gélidos o ese maravilloso hielo perenne islandés, que refresca solo con mirarlo. Está cumpliendo en su trama de intriga sobre los asesinatos ocurridos en un antiguo centro de menores. 


Y sus protagonistas también bordan a la típica policía sabelotodo y con más de un lío familiar y un colega que les mandan desde Oslo, que es una auténtica piedra. He tenido que ir a buscar fotos del actor a ver si es verdad que sabe sonreír porque de momento no lo he visto hacerlo ni una vez. En breve la acabaré.

Madame C. J. Walker

Una delicia, como todo lo que hace Octavia Spencer, una de las mejores actrices del panorama actual. Cuatro episodios basados en la historia real de una figura femenina tan poco conocida para el resto del mundo como C. J. Walker, la primera empresaria y millonaria negra que hizo un emporio a principios del siglo pasado con sus productos de belleza. 

Tan interesante como con el toque feminista justo, que tan cansino y petardo resulta en muchas otras producciones. Puesta en escena y montaje excelentes, así como la ambientación y el reparto, y una música excepcional de corte funky.

No hables con extraños — Safe

El escritor norteamericano Harlan Coben es un maestro en crear, mantener y resolver intrigas. Y con estas dos series casi gemelas que produce lo consigue de forma brillante. Las dos se desarrollan en pequeñas ciudades británicas y el reparto también lo es, salvo en Safe, cuyo protagonista masculino es yanqui. Las tramas tratan ambas de la desaparición de un personaje: en No hables con extraños es la mujer del protagonista (Richard Armitage) y en Safe, la hija mayor. Y todos los demás (amigos, familia, conocidos, vecinos) son sospechosos por una u otra razón.

Entretenidas, con giros continuos y finales de dejarte con la boca abierta que te hacen seguir viendo episodio tras episodio. Y son solo ocho cada una. O sea, que duran dos tardes.

Televisión

Y paso al estudio sociológico que llevo haciendo ya varios meses atrás en mi canal de referencia para ello: Mega. Es de admirar y hay que asumirlo y admitirlo. No hay un pueblo como el norteamericano ni una sociedad que concentre a tanto espécimen tan distinto y, a la vez, tan igual. De paso, y como todos esos programas los estoy viendo en versión original, estoy ampliando vocabulario de campos semánticos tan diferentes como la comida o las distintas formas de forjar un cuchillo bowie o una enorme espada Claymore. 

Por no hablar de las pequeñas lecciones de historia que nos cuentan Rick Harrison, Rick Dale o Danny Koke de cada objeto/producto/trasto/antigüedad/coche que les llevan a su tienda de empeños o a sus talleres de restauraciones y coches respectivamente y todos en Las Vegas. Allí también comparten universos paralelos con los más o menos conflictos personales y cachondeos con sus empleados, clientes y familias. Y en todos, de fondo, la misma música de riffs guitarreros rockeros a tope.

Forjado a fuego

No tiene precio y es el que llevo viendo más tiempo. Ese Will Willis, brazacos en jarra, mirando el cronómetro y anunciando a voz en grito que solo les quedan 10 minutos a esas bestias pardas que se están dejando media vida en esas forjas infernales, para que luego no templen bien la hoja del sax y se les parta a la primera. 

O ese Doug Marcaida probando los filos en un costillar de cerdo o destripando maniquíes de goma y poniendo media sonrisa de placer poscoito mientras pronuncia con reverencia oriental «señor, su arma mata»


O esos 5 días que pasan las bestias en sus forjas particulares haciendo una catana o una kapinga. O ese desconsuelo del que la ha jodido poniendo un mango con la mierda de epoxy que luego se le ha despegado y se ha cargado la hoja. 

En fin... Una pasada. Es de los programas de más audiencia y no me extraña. Es hipnótico y logra enganchar por eso, por lo inmensamente lejano que te resulta ese planeta. Pero así, a lo tonto, yo ya sé distinguir un forjado damasco. 

Crónicas carnívoras

Espectáculo televisivo americano por excelencia. Sí, están los del pressing catch, que no tienen parangón, pero esto es otro nivel. Esas hamburguesas de 5 kilos, esas docenas de alitas de pollo, esas pizzas de medio metro de diámetro con 28 ingredientes, esos batidos de 4 litros, esos helados de 500 sabores, esas bandejas de mezclas de mariscos cocidos con salchichas y patatas. Las combinaciones son infinitas y los tamaños de los platos también. 


Pero todo todo todo todo puede llevar la famosa salsa con guindilla fantasma, que pulveriza la escala Scoville de nivel picante y hace llorar sangre al bueno de Adam Richmand (al pelirrojo de Cassey Webb lo aguanto menos), que por cierto está hecho un figurín desde que dejó el programa.

Locos por los coches

Y lo que estoy aprendiendo de modelos de coches americanos con esos macarras de Danny Koke y sus muchachos ya no tiene nombre. La ambulancia que reconvierten en un vehículo cazafantasmas para una pareja que se dedica a investigar fenómenos paranormales es de lo más delirante que se puede ver. Pero los delirios son continuos con coches y motos, a cada cual más hortera o, por el contrario, haciendo verdaderas obras de arte de las chatarras más absolutas.

Los restauradores

Y cuando a Rick Dale le llega un cliente que tiene un coche que quiere restaurar normalmente llama a Danny Koke para que le eche un vistazo o se lo pasa directamente. Estos también son geniales, con tantos encargos de restaurar trastos variopintos (desde antiguos fotomatones a máquinas o carritos de helado pasando por radios o antigüedades de todo tipo) de los que nos cuentan la historia y que dejan niquelados


También negocio familiar, ese hijo con el pelo de dos colores y esos empleados a cada cual más particular, es otro programa que no puedes evitar ver. Ahora estoy de bajón, porque me lo ponían a la hora de comer y era ideal para no encontrarte con los telediarios. 

La casa de empeños

Los Harrison sin duda son posiblemente la dinastía más popular de estos programas. Rick Harrison es un bonachón negociante y regateador como nadie de la casa de empeños más famosa no solo de Las Vegas, sino del mundo entero. Hace dos años murió el patriarca y carismático dueño del negocio, el Viejo, como era conocido, y todos los fans aún lo lamentan.

Y es que la mezcla de regateo con los clientes que les llevan mil y un recuerdos o antigüedades para vender o empeñar y las pequeñas anécdotas familiares y con sus empleados (con ese Chumlee, prototipo del descerebrado objeto de todas las burlas y pasmo general) dan un juego muy entretenido en poco más de 20 minutos que dura cada programa.

Comentarios