DEDOS



Esta es mi mano con un boli. Obvio. Hace un rato también tenía un boli en la mano y escribía en mi cuaderno de críticas literarias más personales, o sea, esas que no se pueden enseñar.
Y entonces, el momento "no siento las piernas", que en mi caso se ha cambiado por "no siento los dedos". Es decir, ahí estaban, supuestamente obedeciendo órdenes del Estado Mayor y moviéndose para trazar garabatos que aprendí hace mil años, pero muy malamente.

Primero iban rectos, luego se me han torcido a un lado, a otro, volvían a coger la vertical y en la siguiente palabra se desviaban de nuevo. Y el Estado Mayor de los nervios y dando voces: "¿Qué coño hacen ahí abajo, señores? ¡A formar de una vez o ni un permiso en cuatro meses!".

En la tercera crítica -llevaba un retraso de cuatro libros- ya parecía que se habían calentado y querían deslizarse sobre el papel (ah, sí, que era PAPEL, claro, a ver si va a ser eso) medianamente en condiciones. He podido reconocer mi letra, inconstante y tortuosa, pero mi letra, y he respirado un poco. Menos mal. Aún sé escribir con mi manita diestra. De repente, me he acordado de mi sobri Cristina. Así que voy a tener que ponerme con ella la próxima vez que tenga que hacer fichas de caligrafía.

Tremendo. O mejor dicho, terrible.

Asco de teclas. ¡Qué deprisa van los deditos dándoles caña!, ¡y eso que ni las miro!

En fin, qué texto tan banal para retomar el antiguo blog ahora por aquí. Pero tenía un ratillo y las redes sociales se me quedan pequeñas de tan inmediatas como son. Así que busquemos otro de nuevo, a ver si va pasando el bloqueo monumental que arrastro desde no sé cuándo. Todos me llaman, en especial Martín. ¿Que ese quién es? Ah, ahí queda la cosa. Pero no acuden. A ver si conjurando dedos y teclas vuelven las musas.

Pues eso. A partir de ahora, lo que vaya saliendo.

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