20 años de Gladiator y... con Russell Crowe



Que se dice pronto. Y al mismo tiempo es como si no hubieran pasado. 

Ese 22 de mayo del 2000 fue lunes. A los dos días volví al cine (a los Ideal de Doctor Cortezo, en Madrid, referencia capitalina de la versión original). A ver si me lo creía. De ahí en adelante, y durante estos 20 años, ya he perdido la cuenta de las veces que he vuelto a verla, siempre en inglés. Y lo sigo haciendo para seguir creyéndomela. O quizás es que ya se ha transformado en ese eco eterno que adquieren las mejores cosas que se hacen en la vida. En el cine se han hecho muchas, y luego está Gladiator.


Pero no. Claro que han pasado 20 años. El tiempo es el único que ajusta cuentas y pone perspectivas, distancias u olvidos. También toca sentimientos y atempera grandilocuencias. Matiza todo. Como matizará este presente tan gris e incierto. Pero lo que ni roza es lo perfecto.

Yo ese día fui a ver una película de la que llevaba pendiente desde primeros de ese 2000. Y esa película se terminó convirtiendo en muchas amistades, horas eternas de diversión, conexión y aprendizaje en una internet medio balbuceante todavía. Y en lo mejor: la garantía de repetir ese rato perfecto cuando quieras. Porque nosotros estamos de paso por aquí, igual que habrán pasado locuras y amistades. O la vida, que nos pone a cada cual donde vamos queriendo. Pero los momentos perfectos se quedan. En una película, una fotografía, un libro, un cuadro, una canción...

Y claro que hay razones de más peso para dar gracias por un buen rato a lo largo de una vida. Pues yo ya he abonado con creces esa parcelita de agradecimientos que destiné a Russell Crowe, por ese gladiador eterno y por muchos personajes más, que mi preferido NO es Maximus Decimus Meridius. Eh, y porque he podido echarle la mano un par de veces y decírselo.

Pero lo dejo aquí. La perfección es la perfección. Toca verla otra vez. Así que sobran más palabras. 



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