NOS VEMOS ALLÁ ARRIBA, de Pierre Lemaitre.
En 1914, poco antes de ser fusilado por
traición, aunque fue rehabilitado posteriormente, el soldado francés Jean
Blanchard escribió: "Te doy cita en el cielo, donde espero que Dios nos
reúna. Nos vemos allá arriba, mi querida esposa…". Y el autor de esta novela,
Pierre Lemaitre, le da las gracias al final por haberle cogido prestada la
frase para el título, así como dedica el libro a los soldados de todas
las nacionalidades caídos en la Primera Guerra Mundial. Lo que cuenta en él también
es un homenaje, personificado en otros tres soldados protagonistas, tres
personajes a cada cual más memorable y con distinta suerte.
Vaya
por delante que no conocía a este escritor galo, pero que en menos de un mes me
he leído dos de sus obras más relevantes: Vestido de novia y esta Nos vemos
allá arriba, que me había llamado la atención antes que la primera y que me ha
gustado mucho más, quizás también porque son completamente diferentes.
Pero
cuando acabas Nos vemos allá arriba es al contrario.
Te quedas con ganas de que hubiera continuado, no ya solo por seguir acompañando a los protagonistas (en especial, al enternecedor Albert Maillard), sino por no dejar de disfrutar y admirar el estilo fluido, lleno de ingenio y muy buenos diálogos, y momentos casi surrealistas narrados con un humor y una ironía extraordinarios. De hecho, en muchas ocasiones no puedes evitar una sonrisa cómplice, divertida o emocionada en mitad del drama en toda regla que es.
El peor escenario
posible tras esa devastadora Gran Guerra, cuyas víctimas —aparte de los civiles— también fueron
muchos de los soldados que sobrevivieron, ya que los muertos en combate se
convirtieron en héroes. Los protagonistas principales son tres de esos soldados
supervivientes.
El
teniente Henri D'Aulnay-Pradelle es un elemento de cuidado que el autor ya te
presenta claramente como mezquino, traicionero, tramposo y ambicioso sin medida
ni escrúpulos, o sea, un canalla tan hijo de perra que no tiene más remedio que
caerte bien porque sabes que terminará mal, que gentuza como esa no puede
quedar impune ni de la mano del más imprevisible de los escritores. Para
empezar, a cuatro días del armisticio en 1918, y para ganar esa medalla que le
falta, ordena una maniobra ya innecesaria y sin sentido a sus hombres para que
tomen la cota de un terreno. Para ello no duda en matar a dos por la espalda y
seguir con otros dos aprovechando la caída de un obús. A uno lo empuja a un
agujero y queda enterrado vivo cuando este estalla. Otro soldado, muy mal
herido en una pierna y tremendamente desfigurado por la metralla que le
arrancado la mandíbula inferior, consigue rescatarlo y
salvarle la vida. A partir de ahí la relación entre ellos será la de una
amistad única e inmensa.
Albert
Maillard, el rescatado, se dedicará por completo a su rescatador, Edouard
Pericourt, con abnegación incansable, sacrificio y gratitud infinita por la
deuda de vida que tiene con él. Esa amistad los ayudará a tratar de lidiar con
el trauma de ver en qué se han convertido tras dejarse la piel literalmente en
la guerra. Y en qué los ha convertido la sociedad, en la sigue habiendo la misma miseria,
hipocresía, contrastes de clases, envidias, ambiciones e inmoralidades,
aunque también permanecen el espíritu de superación, el ánimo y la esperanza, la fe, la
confianza y las ilusiones.
Lo
mejor de todo es que son completamente distintos. Albert es de origen humilde,
apocado, pusilánime, nervioso y lleno de inseguridades, pero derrocha bondad y compasión sin límites y hará lo que sea y cómo sea por su amigo
Edouard, aunque cuando estaban en el frente apenas se conocían. Esta descripción va siempre acompañada de los divertidos comentarios de una madre
que nunca vemos, pero de la que leemos sus pensamientos sobre el débil carácter
de su hijo quien, sin embargo, posiblemente sea el más valiente de todos los
personajes.
Edouard
es de familia rica, hijo de un exitoso banquero con relaciones poderosas en el
gobierno y con quien siempre estuvo enemistado por su incomprensión y desprecio
ante su personalidad rebelde, alocada, soñadora y excéntrica. No obstante, también
tiene una hermana que lo adora. Es un artista con un don especial para el
dibujo, pero con un alma profundamente herida por lo sensible que es y, al final, muy trastornada por el dolor y las adicciones para
combatirlo.
La cuestión es que Edouard no
quiere saber nada de su familia y menos volver con ellos, más por su
padre que por la terrible herida que lo ha dejado sin cara y que tampoco quiere arreglarse. Albert jamás lo entenderá, pero
lo aceptará y se ocupará de él, primero en el hospital de campaña y luego
facilitándole el traslado a París bajo la identidad de un soldado muerto en el primero de los engaños y delitos que cometerán.
La vida de Albert, desde
entonces, será un continuo vaivén de emociones y nervios que casi terminarán
con él cuando Edouard, que es adicto primero a la morfina y más tarde a la
heroína y no sale nunca del pequeño y miserable apartamento que comparten, idee
una estafa tan sencilla como colosal. Todo aprovechando la ola de entusiasmo,
patriotismo exacerbado por la victoria y obsesión enfermiza (y también
culpable) de las autoridades por homenajear a sus héroes de guerra proponiendo
concursos de monumentos en su memoria. Uno de los que caerá en el fraude será
su propio padre.
Paralelamente, el teniente Pradelle,
que también era de origen rico pero venido a menos, ha conseguido lo que
quería: prestigio y riqueza aumentada por su matrimonio con Madeleine
Pericourt, la hermana de Edouard, gracias a la circunstancia de creerlo muerto
pero desear encontrarlo y enterrarlo en el panteón de su familia. Madeleine también conocerá a Albert, quien se verá en el mayor apuro por haber sido él quien, a petición de Edouard, los informó de su supuesta muerte.
Pradelle está al frente de una
empresa que gestiona la búsqueda, desenterramiento y traslado de los soldados caídos
en los distintos frentes a cementerios y nuevas necrópolis construidas al
efecto. Pero, como el perfecto canalla que es, sus métodos son los más abyectos
e inmorales imaginables, que llevan a una tragedia todavía más penosa: la del extravío de cuerpos o su mutilación para meterlos en ataúdes
más pequeños por ahorrar costes, confusión en las identidades o simplemente
traslado de ataúdes vacíos o llenos de tierra. Se valdrá de socios incompetentes, mano de obra barata
y analfabeta y la connivencia de las autoridades gracias las
buenas relaciones de su suegro. Este, sin embargo, lo
caló a la primera y sabe perfectamente la clase de gentuza que es. Pradelle irá
bandeándose con impunidad hasta que tope con un funcionario gris, despreciado
por todos por resultar ser honesto, que se huele lo hay y termina emitiendo un
informe demoledor que destapará el infame proceder.
Las diversas circunstancias
de todos los personajes se entrelazan gracias a una acertada estructura y con
un ritmo excelente en la trama, donde la mayor y constante intriga está en ver
si Albert y Edouard lograrán el éxito en la estafa (y desear que no los
descubran), si la familia de Edouard llegará a saber que su hijo está vivo, más
cuando Albert termina relacionándose con ellos, trabajando para su padre y
enamorándose de una de las criadas de su casa, y, como decía antes, si a Pradelle le dan un buen
escarmiento.
El final quizás sea el único posible y hay un epílogo que remata los flecos y deja abiertos caminos para otros personajes secundarios que han aparecido, como la pequeña hija de la viuda arrendataria del apartamiento donde viven Albert y Edouard, y que desarrolla con ellos una amistad tan especial como conmovedora, en particular, con Edouard.
Así que la sensación cuando has terminado es la de haber leído una preciosa novela, ni histórica, bélica o picaresca, sino con todo a la vez y extraordinariamente escrita. Emociona, conmueve, divierte e intriga. No se puede pedir más.
Que no se dude en descubrirla.
PARA MÁS INFORMACIÓN
- http://cultura.elpais.com/cultura/2014/05/13/actualidad/1400010359_661718.html
- http://nosvemosallaarriba.com/imagenes/Material_Promo/Dossier_Lemaitre.pdf
Excelente reseña, Mariola; se nota la profesionalidad que te sobra y que nos falta a muchos otros.
ResponderEliminarUn abrazo.
De profesionalidad nada, Javier. Amor al arte en todo caso. Pero gracias por tus palabras. Otro abrazo.
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