TRAJANO Y ESCIPIÓN - TRILOGÍAS de Santiago Posteguillo



Mis trastarabuelos más remotos eran de la Oretania, concretamente de un lugar al que cuenta la leyenda que llamaban Cerro de los Dioses de Cristal, donde había un palacio de cristal que estaba lleno de estrellas. Lo de las estrellas es verdad, que entonces y dos mil años después solo hay que seguir mirando al cielo en una noche de verano para verlo repleto de ellas, las únicas inalterables a lo largo de una Historia de miles de palacios y dioses.

LA SOLANA (Ciudad Real)


La Solana - Iglesia de Santa Catalina
Fotografía de (C)Carlos Díaz-Cano Arévalo

Aquellos ancestros debieron de ser gente sencilla, dedicada a buscarse la vida en una tierra incómoda y de clima extremo. Seguro que anduvieron por las cercanas Laminio y la helénica Marmaria, ayudaron en la construcción de la fortaleza del Cerro de las Cabezas, y como ahora, considerarían extraordinario que en medio de tantas austeras y vastas llanuras hubiera unas lagunas, las Caput flumini Anae, tan maravillosas.

La Lengua - Parque Natural de las Lagunas de Ruidera (Ciudad Real - Albacete)
Fotografía de (C)Mariola Díaz-Cano Arévalo

Pero claro, esa tierra también era de paso, con varios vecinos alrededor transitándola. Que desde los galaicos de una esquina hasta los layetanos de la otra o los más a mano celtíberos, los turdetanos, carpetanos, bastetanos y demás, la cuestión ha sido siempre moverse por ahí a ver qué hay o se puede, digamos, conseguir del otro. Por las buenas o por las malas, que la tradición tan nuestra de hacernos la puñeta viene de antiguo.

Y por supuesto los hubo que llegaron de fuera como griegos, fenicios y algún que otro romano despistado hasta que cruzaron las Columnas de Hércules unos con ganas de mucho lío: los cartagineses, que, liderados por los bastante pendencieros Barca, no tardaron ni cuatro días en quedarse y quedarse con todo. Llevaban algún tiempo a la gresca con la ya bastante impertinente y creída Roma y había que seguir financiándose las batallas y sumar aliados, así se vinieron aquí de camino al Lacio y de paso a ver si se agenciaban aliados y territorios de tanto paleto ibérico (y con tantas paletas ibéricas también). 

Con cierto orgullo puedo decir que fue una rebelión de aquellos parientes oretanos la que quitó del medio a Amílcar Barca, el padre de las criaturas, pero con su hijo Aníbal se acabaron las tonterías inmediatamente. Las nuestras, las de buena parte de la península y las de los romanos. A estos los puso muy firmes en horizontal en el Tesino, en el Trebia, en el Trasimeno y en unos cuantos sitios más hasta darles toda la estopa en Cannas y llegar a las puertas de Roma en el despliegue más grande de genio militar conocido hasta entonces. Y, pese a tanto fregado, solo se llevó una fea herida en una pierna en el asedio a Sagunto (que los saguntinos le echaron lo que había que echar) y se dejó un ojo por una infección al atravesar unos pantanos.

Con menos orgullo puedo decir que luego nos plegamos a ellos, que eso de ponerse según sopla el viento es propio de la condición humana. A Aníbal le dimos una esposa oretana y luego, cuando el viento cambió de dirección, también terminamos siendo complacientes con la némesis del gran guerrero de Cartago: un tal Publio Cornelio Escipión, un niño bien de Roma que nació no solo con la excelente sangre militar de su patricia familia, sino que la convirtió en la más grande, astuta y valerosa de su tiempo. Y así, poco a poco, fue ajustando cuentas con todo el mundo, en especial, con los cartagineses, con quienes tardó dieciséis años. Pero las ajustó.

Se vino a esta siempre caótica Hispania, donde había perdido a su padre y a su tío, y con los justos y cabales pero toda la estrategia de negociación, sagacidad y confianza en sí mismo, tomó la capital cartaginesa de Cartago Nova en seis días, se deshizo de los hermanos y parientes de Aníbal en otras cuantas batallas y los terminó echando a todos de la península. Y no contento, le devolvió la jugada y se presentó también casi a las puertas de Cartago con un par de legiones malditas, desterradas por su derrota en Cannas, y cuatro aliados más para cobrarse aquel gran desastre con la gloria eterna en Zama.

Aníbal vencedor contemplando por primera vez Italia desde los Alpes (1770), óleo sobre lienzo de Francisco de Goya

Batalla de Zama. Giulio Romano (1492-1546)


Pero después, tanto él como Aníbal simplemente fueron víctimas de la ceguera del orgullo y la vanidad, de la volubilidad humana que endiosa a hombres pero también los envidia, traiciona y pretende borrar sus huellas, hasta las más grandiosas. Ya lo dijo Marco Tulio Cicerón: No solamente es ciega la fortuna, sino que de ordinario vuelve también ciegos a aquellos a quienes acaricia. Y ellos fueron los primeros en no ver cuando debieron hacerlo.

No obstante, aún coincidirían en Oriente, como asesor militar el enorme general tuerto de Cartago cuyos consejos despreció el arrogante rey sirio Antíoco (así le fue), y Escipión como un legado aunque siempre general en la sombra, que enfermó y no combatió pero dejó las directrices a su hermano menor Lucio para otra nueva y gran victoria en Magnesia.

Un poco antes Aníbal y Escipión se habían visto las caras otra vez y charlaron como esos soldados fanfarrones que retratara precisamente su contemporáneo el autor Tito Maccio Plauto en su obra Miles gloriosus, pero que todos los soldados de todos los tiempos (fanfarrones o no) hubieran sido un solo instante como ese par. Y si hubiese ocurrido que, por un milagro de Baal y Júpiter, hubieran llegado a ser amigos o aliados, no les habrían tosido ni esos dioses y estaríamos viviendo en otro mundo, pero... Al final, ambos compartieron tanto vidas paralelas como un triste final en el destierro. El general de Cartagoya solamente con un puñado de hombres que también lo abandonaron, acabó suicidándose cuando vio la traición definitiva y ya no quiso esconderse más; y Escipión, despreciado y acosado por sus enemigos, decepcionado por todo, se marchó de Roma y ya no regresó ni quiso saber más de ella.

Libremos a Roma de este pobre viejo
que tanto miedo le causa.
Aníbal Barca

Patria ingrata, no eres digna de poseer 
mis huesos.
Publio Cornelio Escipión


Pero por aquí siguieron viniendo más romanos y terminaron plantando sus sandalias en todos los rincones hasta el Finis Terrae. Entre ellos un cuestor llamado Julio César, que continuó los quehaceres bélicos tan de Roma para extender dominios en la Galia hasta Britania y Germania. Y de nuevo lo hizo a lo grande, con otra sabiduría militar incomparable, tanto que a partir de él todos los demás le tomaron prestado el apellido para designarse ya como EL MÁS. Pero tampoco escapó del destino de envidias y ambiciones que acabaron en una guerra civil y la consabida traición y asesinato.
 ROMA
Extraordinaria serie de la HBO e imprescindible sobre este periodo. (Dos temporadas)

Corrieron la misma suerte sus amigos de conveniencia y después muy enemigos Pompeyo y Craso. El primero se dejó la cabeza en Egipto y el segundo... el segundo ya siempre tendrá el rostro de un britano llamado Lawrence Olivier preguntando sobre la identidad de su líder a los centenares de esclavos prisioneros tras su fallida y aplastada rebelión, el Espartaco ya siempre eterno también con los rasgos de Kirk Douglas.


Pero Marco Licinio Craso convirtió además su apellido en cualidad universal adjudicada al cometer un gran error. Su ambición desmedida lo llevó a emprender una gran campaña militar para extender territorios otra vez hacia Oriente y conquistar Partia. Su avaricia, vanagloria y desidia unidas a muy poca habilidad militar lo condujeron a la tremenda masacre de la batalla de Carras, donde además de perder a su hijo, encontró la peor de las muertes tras acceder a parlamentar con el enemigo. Su desgracia también fue la de veinte mil hombres caídos y diez mil que desaparecieron, la mítica legión perdida, diez mil almas fantasmas que ya siempre significaron el aviso más maldito para quienes se les ocurriera acometer de nuevo empresas semejantes.

Y así pasó más tiempo hasta que de nuevo apareció otro al que se le ocurrió. Pero este fue distinto, también de buena familia, también con sangre muy caliente y muy guerrera, también con ambición y apabullante destreza militar, pero cuya visión del mundo quiso ir más allá y suponer un sueño aparte de la gloria de triunfos o el poder. Pero, ante todo, resultó ser un bético de Itálica. O sea, que Marco Ulpio Trajano era uno de los nuestros y llegó a convertirse en el primer y más grande emperador hispano y uno de los más gloriosos y mejores de cuantos hubo. Después de él ya nunca más el imperio romano volvió a ser tan extenso y poderoso.

Y yo, humilde legionaria oretana, leyendo con mi corrompido y bastardo latín de aquellos vélites de jabalina y gladio, a través de los años y siglos he estado con todos en primera línea de combate. Y ese latín vulgar-vulgaris resulta que ahora es una de las lenguas más complejas, hermosas y habladas que existen.  Hoy en día lo cierto es que luzco más como gran matrona, pero he sido esclava sometida o intrigante, emperatriz de Roma y de Xeres, gladiatrix, princesa dacia y parta,  guerrera sármata y virginal vestal; y los he enamorado, amado, traicionado, odiado, matado y gobernado a todos. Quizás como mujer me faltó conquistar a Trajano porque, además de compartir fecha de su nacimiento y mi concepción, también compartimos los mismos gustos por actores de buen ver y muchachos pintones, así que lo conseguí convirtiéndome precisamente en atractivo actor de teatro y príncipe efebo tan seductor como traicionero. 

En fin, que me han cortado muchas veces la cabeza y me han dado muchísimos aplausos en el gran teatro de Siracusa. Y me dolieron lo mismo las derrotas en Cannas o Zama al igual que celebré con euforia las victorias. Igual que lloré por los caídos Terebelio, Digicio, Valerio o Septimio y grité con todas mis fuerzas a Caronte para que llevara sus valerosas almas al Elíseo. Y me desterré de Roma igual que regresé unos años después para unirme a las tropas de Craso, sobrevivir al desastre de Carras y terminar haciendo un increíble periplo hasta el fin del mundo junto a un compañero de armas de Corduba y nuestro invencible centurión Druso, de Cartago Nova. O a ver quién dice que un cartagenero y un cordobés, con un par, no pudieron plantarse a las puertas de una infinita y lejanísima muralla después de pasar todo lo pasable luchando contra partos, indios, hunos y han.

Después llegó el sevillano, que andaba de jefe de las legiones en la frontera con Germania cuando le propusieron participar en la conjura para acabar de una vez por todas con aquel loco y sanguinario emperador que fue Domiciano Flavio. Ya había habido unos cuantos como él, pero Domiciano alcanzó límites insospechados de paranoia y crueldad para haber llevado la misma sangre de su padre Vespasiano o su hermano Tito, que tanto consiguieron para Roma.

Y ahí estuve otra vez, primero con Vespasiano y Tito, y con Trajano padre, examinando tanto la férrea defensa que esos levantiscos judíos plantearon contra sus ejércitos alrededor de Jerusalén como después los planos de ese genio de la arquitectura que fue Apolodoro de Damasco para terminar de levantar el anfiteatro Flavio.

(Marzo -  1993)

Y también con Apolodoro me fui a construir el inmenso puente sobre el Danubio cuando Trajano hijo, ya emperador, nos llamó para bajarles los humos a los dacios del rey Decébalo, que se habían venido muy arriba.


Ruinas del puente, en Drobeta. Rumanía.

 Estatua de Decébalo en el Danubio. Orsova, Rumania. (1994-2004)

Lo conseguimos una vez y fuimos magnánimos. Pero cuando secuestraron y tomaron como rehén a nuestro valiente y muy querido legado Cneo Pompeyo Longinos, al que habíamos visto crecer y forjar una amistad inquebrantable con Trajano y que se suicidó para dejarle las manos libres y actuar, ya no mostramos compasión (pero sí todas las lágrimas por su sacrificio). Arrasamos Sarmizegetusa y acosamos a Decébalo hasta conseguir su cabeza.

Así que más celebraciones, luchas de gladiadores, inolvidables carreras de aurigas en el Circo Máximo con más inolvidables caballos veloces como la luz, naumaquias espectaculares... Y más grandes obras civiles como la Basílica Ulpiana, la Via Traiana o el mercado, las maravillosas termas y el foro también con su nombre, o la ampliación del puerto de Ostia. 

Porque a sus triunfos Trajano añadió justas políticas sociales, respetó las leyes y a los cristianos (que sí habían servido de entretenimiento para Domiciano) no los persiguió por sus creencias,  sino por los actos contrarios a esas leyes que cometieran como cualquier otro ciudadano. Y a los corruptos los hizo devolver todo lo robado para desterrarlos después. Exactamente igual a como ocurre en esta Hispania choricera dos milenios después... Pero sobre todo mostró humildad, austeridad y sencillez tanto como decisión e implacabilidad cuando hubo que hacerlo. Parte de su legado más físico aún sigue en pie, como esa espléndida columna de 1 900 años. Y la pequeña venganza que se tomaron los cristianos en el Renacimiento es poca cosa, que a ver qué pinta una estatua de san Pedro en lo alto. En fin, quizás las puertas del Cielo también se le abrirían al gran emperador hispano, pero para mí que el Elíseo debe de estar más animado con tanta tropa y tantos dioses con quien tomarse buen vino.

ROMA
Columna de Trajano
Apolodoro de Damasco

También he sido gladiador luchando y cayendo, aprendiendo  con el inmenso Marcio, el mejor de todos cuantos vio la arena del inmisericorde anfiteatro Flavio. Y, con él también, sin quererlo o queriéndolo, participé en conjuras para asesinar a Trajano y después para ayudarlo en misiones secretas que llevé a cabo con la misma eficacia y determinación que él mostró y demostró hasta el final, en aquel lejano lugar del mundo al que llegó con su magnífica familia.

Sí, siempre hay una frontera más allá, una nueva visión, siempre ambición por más gloria y poder de quien lo tiene o lo ansía. Y sobre todo, siempre hay un enemigo más, fuera y dentro, y dentro especialmente estuvieron los más peligrosos, los peores, los definitivos. 

Los tuvo Escipión en el cónsul Fabio Máximo y su serpiente que lo superó en veneno y mezquindad, el retorcido Marco Porcio Catón. Y a Trajano le bastó con mirar cada día de reojo a su sobrino Adriano, sí, su luego tan bien ponderado sucesor Adriano, que el Hades confunda per saecula saeculorum donde quiera que siga ardiendo.

Pero también tuvieron los mejores y más leales amigos, tan grandes como ellos, como esos generales que fueron el invencible Cayo Lelio para Escipión, el fiel lugarteniente Maharbal para Aníbal y, además de Longinos, el magnífico jefe de la caballería númida (e infinitamente más válido y merecido sucesor de Trajano que el canalla de Adriano) Lucio Quieto. Que todos los dioses lo tengan en su gloria más eterna junto a Trajano, a quien lloró tan desconsoladamente, por su inmensa valentía, honor y nobleza. Su fin, tan injusto y conmovedor, todavía lo estoy llorando yo.
La caballería númida bajo el mando de Lucio Quieto luchando contra los dacios
Detalle en la Columna de Trajano


Nunca olvidaré haber combatido con ellos en la Dacia ni haber marchado para conquistar Armenia y seguir caminando hacia Partia con la vista puesta en el horizonte sin límites. No olvidaré haber sobrevivido a la erupción del Vesubio en el año 79 d. C.

(Abril 1998)

y al devastador terremoto en Antioquía en el 115 d.C., ni haber llegado a Babilonia o haber cruzado el Tigris y el Éufrates por otro puente ideado por el genio de Apolodoro. No olvidaré haber sitiado y conquistado Cesifonte tras presenciar la cobarde huida del cruel rey parto OsroesNo olvidaré haberme hecho con su trono de oro, lo único que le importó, ni por supuesto su bien merecido fin a manos del heredero legítimo de su reino. Y no olvidaré no haber podido seguir más allá por ese maldito ictus, el único que doblegó y terminó con el sueño de Trajano por alcanzar ese horizonte, aunque al menos así no vio lo que ocurrió después con tanto logro, sus hombres y amigos.

Pero sobre todo no olvidaré que este apasionante viaje en el tiempo, esta vívida visión de un fresco histórico sin parangón se los debo al grandísimo saber hacer de recreación, documentación y narración desplegado por SANTIAGO POSTEGUILLO  en estas inconmensurables trilogías que deberían ser lectura obligada empezando por los colegios. Para saber y disfrutar, sí, pero también para recordar y aprender cómo era el mundo -el más nuestro- y los hombres que lo iban creando, quizás con demasiados golpes de espada y demasiada brutalidad pero no tan distinta a la que existe dos mil años después y, sin duda, con valores, comportamientos y actitudes que ahora son cuentos de hadas, memorias históricas de conveniencia y, por supuestísimo, políticamente muy incorrectos.

Se debe recordar y seguir advirtiendo que la naturaleza humana permanece inalterable. Y ahora en esta Hispania somos los mismos paletos (en Barcino o Tarraco y aledaños alguno más en plan plasta rebelde contra ¿qué imperio si somos cuatro pringados?) más un montón de dacios, germanos, britanos, galos, han, cartagineses, númidas y de más allá del fin de la tierra. Y del resto del mundo para qué hablar. Incluso Trajano compartiría el mismo estupor ante la destrucción actual de la Alepo siria que también pisó. 

En cualquier caso, las tanto tiempo ya perdidas cenizas de aquel gran hispano se siguen mereciendo la resurrección una y otra vez en la lectura de esta espectacular última trilogía de Posteguillo, redondeada a la enésima potencia en La legión perdida, culmen de maestría en estructura a cuatro bandas y dos tiempos, descripciones, estilo, intensidad y emoción a raudales y sin límite. 


Porque ya lo dijo otro inolvidable general hispano que, aunque ficticio, no encarnó mal una mínima muestra de las mejores virtudes y hechos de algunos reales. Y es que eso de que las acciones en la vida tienen su eco en la eternidad es una verdad como un templo romano para hombres como Trajano, Escipión o Aníbal.



Así que mi agradecimiento y admiración más sinceros e igualmente emocionados, señor Posteguillo. Por devolver a la vida, aunque sea en el papel, a aquellos hombres y mujeres que hicieron la Historia, pero en el papel el recuerdo a su memoria sí puede ser inmortal.

Mariola

Comentarios

  1. Mariola, ¡vaya paseito por este pedacito de la historia de Roma!
    En tus descripciones veo montañas nevadas y elefantes atravesando montañas, huelo la sangre de miles de legionarios derrotados en tierras lejanas y oigo el clamor de las centurias reclamando su paseo triunfal por el foro romano.
    Y vuelvo a llorar por Anibal, desterrado, olvidado y muriendose solo a la luz del ocaso.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Isabel. Yo es que he visto, olido, sentido, tocado y saboreado todo eso y tenía que contarlo. Y tampoco me recupero de la tristeza por Aníbal, pero ni por ninguno de ellos, que no pudieron morir en paz o tranquilos al menos, pero tan injustamente todos es los que más siento...

    ResponderEliminar
  3. Gracias Mariola por este compendio de historia clásica Novelada. Mis fotos palidecen ante los mosaicos, esculturas y otras obras de arte y arquitectura de Roma. Pero solo en el Campo de Montiel sabemos construir sueños com palacios que tienen por techo la cúpula estelar y para colmo considerarnos dioses. Gracias por citar ni nombre en las fotos Y utiliza las que quieras pues otra de mis pasiones es la Historia
    Un Abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti, Juan. Que ya hace mucho que veo tus fotos y me encantan, y cuando hace poco vi esas nocturnas y tus vídeos de time-lapse, te pillé esa, que me venía de perlas para empezar el artículo. ¿Y cómo no iba a citarte para agradecértelo? Me alegro de que también te guste la Historia. Esto simplemente es una recomendación literaria de unos libros que me han fascinado. Otro abrazo y te saludo la próxima vez que vaya por nuestro cerro de cristal ;-).

      Eliminar
  4. Mi muy querida legionaria oretana, ave por siempre!!! No sabes cómo he disfrutado. Un poco de ese camino ya lo he recorrido, y me han venido mil recuerdos de "Los asesinos del Emperador" y "Circo Máximo" pero todavía me queda un mundo de héroes y de villanos por recorrer. Lo dicho ya no quedan hombres como Trajano y pocas personas que sepan jugar y deleitar con las palabras como lo haces tu. GRACIAS!!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, guapa. Y te queda rematar esa legión perdida. Madre mía, lo que te espera... Si estoy yo por releerla, ja, ja, ja. Ay,eterno Trajano...

      Eliminar

Publicar un comentario