REVISITANDO INFERNAL AFFAIRS (2002). El Hong Kong más negro.

"La gente malvada será reclamada
en el Infierno Eterno
y continuará sufriendo de principio a fin
sin medios de escape".

INFERNAL AFFAIRS (2002)


   Lau Kin Ming (Andy Lau) es un eficiente policía de Hong Kong infiltrado por Sam, todopoderoso jefe de las Tríadas a cuyo servicio se puso siendo poco más que adolescente. Chan Wing Yan (Tony Leung Chiu Wai) también es policía pero nadie lo sabe excepto su superior, quien mantiene su expediente clasificado y lleva protegiéndolo en la sombra desde que lo sacaron del servicio activo y lo infiltraron en las Tríadas siendo poco más que adolescente.





    Ming y Yan se conocen, primero en la academia y mucho más tarde por casualidad, pero ninguno sabe quién es el otro, aunque el espectador sí sabe que son los dos topos desde el principio de esta película de 2002, que fue todo un éxito en esa parte del mundo. Sin embargo, tal dato a la vista desde ese comienzo no impide ir apreciando la evolución de los personajes y la acción que implica sus situaciones tan paralelas como opuestas y, sobre todo, moralmente enfrentadas. El lógico conflicto de identidades está servido y la pregunta será ver cómo se resuelve, enderezando las líneas divergentes o desafiando la ética más lógica y aceptada si es que la hay.

   

  En realidad, este conflicto no puede ser más clásico desde que el mundo da vueltas por cuanto que las fronteras entre el Bien y el Mal siempre han estado borrosas, sobre todo cuando se vive entre ambas para tratar de alcanzar un fin, que en el caso de Ming y Yan es el mismo: dilucidar plenamente la identidad propia y abandonar la que se eligió en un momento inicial. De cualquier manera, se reduce a la simple cuestión de perspectiva y eso, en cine, ya está más que inventado a la hora de crear personajes.


  Los directores Alan Mak y Andrew Lau argumentaron una trepidante y estupenda cinta negra con esta premisa clásica en la variante del doble topo. No descubrieron el género en absoluto pero sí le dieron una estética nueva, aunque quizás por lo que puede sorprender al espectador occidental es simplemente por el propio desconocimiento del visor oriental, como me pasó a mí. No obstante, si hay que hablar de un primer y rapidísimo reflejo visual ése es el del director Michael Mann, a cuyos característicos montajes de encuadres urbanos, azulados y metálicos (las escenas en el golf y azoteas), de flashes y giros de cámara o planos vertiginosos, remite mucho esta película. Incluso la banda sonora. Lo que desde el punto de vista formal sí que puedo considerar distinto es ese ambiente aséptico e impoluto, sobre todo en las secuencias dentro del Departamento de policía, y el tempo que marca muchas de ellas donde todos los personajes se quedan paralizados en el encuadre, como en los tempos teatrales que dividen las escenas, aunque el recurso se utilice para generar o mantener tensión.

  Sin embargo, he de reconocer que ignorante confesa en cuanto a cine oriental de cualquier sitio y género -y de la cultura oriental en general-, tenía que sorprenderme de cualquier manera por cuanto que ya de por sí estás viendo algo nuevo. Pero si la historia es negra, te la cuentan de otra forma y con otros colores, y el reparto no puede ser más acertado en su conjunto, que me haya entusiasmado no es ninguna sorpresa. 

   Tampoco voy a descubrir nada ya para los entendidos en este cine, que leerán condescendientes estas palabras, pero cuando se trata de una marca personal me gusta reconocerlo y comentarlo. Para entenderlo mejor o rematar todo de exotismo, hay que añadir mi afición por otras lenguas y haber visto esta película en su versión original en cantonés para que me haya parecido todavía más interesante y divertidísima de escuchar. 

  Pero hay sobre todo un par de razones para haberme quedado rendida: un precedente en forma de arrastre consentido a ver la película del realizador Ang Lee, Deseo, peligro, y que me descubre al tan hierático como versátil actor Tony Leung Chiu Wai; y segunda, mi irremediable atracción, empatía y simpatía hacia los personajes de hombres atormentados, abandonados y conflictivos pero íntegros que tienen que luchar con los demás y a la vez contra sí mismos.


  En Infernal Affairs se da ese caso por partida doble, pero por tendencia natural aunque no especialmente ética, ese policía infiltrado que tiene que hacer el mal para conseguir el bien, puede recoger más simpatías que el mafioso que va medrando y que se escuda tras una placa y la ley para ayudar a quebrantarla. Quizás al final sí podrías concederle la también natural segunda oportunidad cuando quiere romper con todo y remediar lo que ha hecho aunque pueda ser demasiado tarde. Es así como ocurre y por lo que no te dan esa opción o, mejor dicho, te convencen una vez más de que la naturaleza humana no es ni blanca ni negra sino gris, porque ni la integridad, la lealtad o la honradez pesan más en la balanza que la traición o la mentira. Todo sirve a propósitos tanto del bien como del mal.


  Sam (ese Buda feliz de Eric Tsang), el jefe mafioso, no puede ser más íntegro en sus negocios y leal a sus principios independientemente al valor moral que tengan, igual que el superintendente Wong lo es con los suyos y con su trabajo en general. 

   Y ambos guardan muy bien sus cartas para con sus hombres respectivos y en cuanto a ellos, pero también las muestran cuando ya no pueden ocultarse, además de intuirse una peculiar relación entre ambos de camaradería desafiante. Al final, el destino se irá revelando más o menos justo para todos, aunque quede el amargo regusto del impune Ming cuadrándose ante Yan como le dijo que tendría que hacer después de enterarse de que llevaba diez años infiltrado en las Tríadas.

   Sin embargo, tal vez sea la vida el precio más alto que pueda pagar Ming -o su mayor castigo-, porque posiblemente no haya nada peor que saberse en un infierno continuo y no obtener la tregua o el perdón.

  También por eso, y aparte el éxito cosechado, más tarde decidieron profundizar en la historia de los dos personajes recreando su juventud y desarrollando sus personalidades en una segunda película (Infernal Affairs II), y remataron con una tercera (Infernal Affairs III) atando cabos en flashbacks para quedarse con esa idea principal de ir perdiendo poco a poco el control de sí mismo por la obsesión de la propia redención, pero acabar sobreviviendo sin merecerlo ni quererlo, sobrevivir para seguir purgando continuamente y ver fantasmas sin descanso. Así, consiguieron una trilogía memorable para los que nos gusta el buen cine negro de historias oscuras y sin concesiones a lo fácil. De modo que se agradece descubrir una visión y forma diferente de recrear un argumento universal con unas caras nuevas que le den otra expresión, aunque en realidad sea la misma.

   Andy Lau y Tony Leung aportan esa novedad en el repertorio de estos personajes que tanto me atraen:

   Ming es de maneras exquisitas, ambicioso, calculador y está muy seguro de sí mismo pero también tiene mucha sangre fría. Sus compañeros le admiran pero no tiene amigos porque no los necesita. Lleva una vida muy ordenada y mantiene una relación sentimental estable que va camino de boda, algo que le piden sus superiores cuando lo ascienden para que ya consiga la mejor cara posible de un policía modélico; y termina formando equipo con el superintendente Wong a la vez que se comunica constantemente con su jefe real, Sam. En la primera operación contra éste, ambos bandos descubren que hay un topo en sus respectivas filas y comienza a moverse el engranaje de sospechas para entrar en el juego del gato y el ratón.


    Andy Lau, con su pulcra y estilosa figura, rasgos faciales angulosos y miradas frías y contenidas, compone perfectamente a un Ming que nunca pierde el control y piensa rápido cuando se ve cazado, pero que también lo siente cuando decide acabar con la sangre y la suciedad que lo salpican. No obstante, quizás en última instancia, lo que quiere es salvarse como sea, de ahí pedirle a Yan esa segunda oportunidad y que este se la niegue por deber.


   Por el contrario, Yan es errático, siempre vagando por calles, tiendas, garitos y azoteas, centrado pero imprevisible, con ojos en la nuca, extraordinariamente observador y de principios inquebrantables. No tiene vida personal y la que se le intuye pasada fue desastrosa y de consecuencias que desconoce. Lleva diez años evitando ser descubierto por las mafias, delinquiendo, extorsionando y dando palizas con ellos, y a la vez recibiéndolas tanto de ellos como de la policía. En los últimos tres se ha convertido en el hombre de confianza de Sam mientras mantiene el contacto directo con su superior Wong, a quien se queja de que está muy cansado y ya ha tocado fondo porque se nota ir perdiendo el control cada día más.

    Wong le promete que de verdad esa misión será la última, lo retirará y le devolverá su identidad, y para evitar que vuelva a meterse en líos o pueda acabar en la cárcel por sus tendencias violentas, lo obliga a ir al psicólogo. Esas visitas a la consulta de la agradable doctora Lee serán los únicos ratos en los que Yan pueda desconectar -y dormir-, y encuentre los mejores momentos de confianza y ayuda, pero no se dará la oportunidad para algo más.


    A Tony Leung sólo le basta su pequeño y fibroso físico y la expresión de su rostro redondo de mirada suave pero también asustada y desesperada, para darle a Yan una fragilidad conmovedora que, sin embargo, no es debilidad en absoluto. Compartir escenas con personajes más altos y más fuertes que él resalta todavía más ese contraste que, al menos a mí, tanto me llamó la atención. Eso y la lectura que puedo extraer de algo tan anodino como que vaya alternando su permanente atuendo de chaqueta de cuero y vaqueros con camisas blancas y negras, como si no hubiera más colores en su vida: blanco para lucidez que mantiene de su identidad y negro para la confusión que también siente.


   En cualquier caso, Ming y Yan son mismos reflejos de un espejo invertido y los dos quieren mirarse, y sobre todo verse, en el lado correcto. 


   Esto sucede también con los personajes que los secundan. El superintendente Wong (un hierático pero estupendo Anthony Wong) es exacto reflejo del jefe Sam (un casi divertido y a la vez escalofriante Eric Tsang). Y los personajes femeninos, aunque poco desarrollados, sí consiguen expresar también muy bien la duda y la confusión en Mary (la novia de Ming) y el escepticismo, compasión y ternura en la doctora Lee, la psiquiatra que trata a Yan.


    Los demás cumplen también con acierto: los otros jefes de policía, el segundo agente falso y los hombres de Sam, en especial, Keung (Chapman To), el compañero de Yan, que parece estúpido y no lo es y que, de nuevo en la tercera parte, termina revelándose como el único colega que este hubiera llamado amigo en ese mundo.

   En definitiva, una muy buena película en particular y una conseguida trilogía en general que sigue la tradición del mejor cine negro. Muy recomendable.

    Y por favor, sólo como curiosidad para filólogos y profanos, probad a verla en cantonés. Los doblajes, tanto en inglés como en español (por no hablar del horrible título que le pusieron aquí -Juego sucio-), anulan la llamativa y divertida entonación fonética original. Sé que los indispensables subtítulos despistan mucho, pero merece la pena para apreciarla en toda su esencia.


LO MEJOR: cualquier secuencia de Yan comunicándose en Morse.

LO PEOR: el poco desarrollo de los personajes femeninos.


FRASES
  • Ming (frente a Sam): Yo ya he escogido.
  • Ming: ¿Por qué a todos los policías encubiertos les gustan las azoteas?
  • Yan: Al contrario que tú, yo no tengo miedo de la luz.
  • Keung: Recuerda, si ves a alguien haciendo algo, pero te está mirando al mismo tiempo... es un poli.

Comentarios

  1. El infierno de Avici, conocido como el Infierno continuo, espacio ilimitado, sufrimiento ilimitado para las almas caídas.
    IMPRESIONANTE MARIOLA, me ha llegado muy hondo. Gracias por revivir y compartir esta obra maestra

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  2. Me han entrado ganas de verla cuando estaba subiendo la crítica. Aysss, no doy abasto con tanto... 😎 😉

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  3. Me ha encantado tu crítica/opinión/como quieras llamarlo, Mariola. ¿Por qué no haces más?
    No sabía que también compartíamos gusto por el cine asiático. Tony Leung y Andy Lau son dos grandes actores, que bordan cualquier tipo de rol. ¿Has visto sus colaboraciones con Won Kar Wai?
    Así en ese plan te recomiendo "Confession of Pain" con Tony Leung y Takeshi Kaneshiro y "The Man from Nowhere" (también la encontrarás como "Ajussi"), con Won Bin. Por cierto, Kaneshiro y Bin creo que te alegrarán también la pestaña ;)

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    1. Gracias, guapa. Pero no soy nada experta, pero esa Nuria que ves en el primer comentario es una AUTORIDAD y es la que me metió el gusanillo porque es una enamorada de Andy Lau. Yo soy más de Tony Leung, ya lo has leído. Confession of pain la he visto y bastantes más de Leung, pero me temo que Wong Kar Wai no es lo mío ;-). Seguimos.

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