El maravilloso mundo del camping


Vaya por delante que este artículo me va a costar el retiro del saludo y cualquier posible amistad de los campista más acérrimos. Por eso aviso. Para no herir pieles sensibles caravaneras.

Será la edad o el espíritu cómodo y comodón que me adorna, o será mi sentido común único e intransferible, pero hace mucho que tengo claro que, si algún día me pierdo, no habrá que buscarme nunca en un camping.

También hay que aclarar en este principio que solo he ido de camping una vez, en mis lejanos veinte y con mi hermano, con tienda de campaña y en parcelita cerca de la playa, en Roquetas de Mar. Fue la primera y la última, o sea, más que suficiente. 

Durante tres semanas he estado de prácticas laborales (es un decir) no remuneradas (es un hecho) en uno. Ha sido el último módulo de un curso de turismo para conseguir el certificado de profesionalidad. Pero en 120 horas —más o menos— no te da tiempo a nada ni tampoco te importa. A lo que sí da tiempo es a observar la fauna que los visitan y, lo más alucinante en mi opinión, disfrutan de su estancia. Así que he de reconocerles el mérito por querer pasar sus vacaciones encerrados en parcelas con la intimidad de cuatro setos o en cajas de cerillas con ruedas, en agosto y con ola de calor. Mi más sincera admiración. De verdad.

El entorno

Ha sido en la recepción del camping internacional de Aranjuez, que por otra parte está muy bien. De 1.ª categoría, bastante grande y con buenas instalaciones (restaurante, piscinas, equipo de animación, etc.) y mejor personal. Recibe visitas de todo el territorio nacional, algunos extranjeros —pocos ahora por las circunstancias— y de todos los pelajes, tanto de paso como habituales (sí, hay gente que vive en el camping) de este universo de tiendas, caravanas y autocaravanas. 

Además, el entorno no puede ser más idílico, sobre todo, si te gusta estar al lado de un precioso río como el Tajo, con sus mosquitos y demás bichos que pone gratis la todopoderosa madre naturaleza, léase moscas cojoneras que te dan la siesta, hacendosas hormiguitas que no miran precio para parcela o bungaló o avispas que se lo pasan pipa también en los toboganes de la piscina, etc. Con ellos se juntan más animalitos traídos por los campistas, como perrillos de todos los tamaños, que qué culpa tienen ellos de encontrarse con más colegas o con la tropa de gatos de la extensa colonia ribereña que hay por allí.

El personal

Este universo lo lleva muy eficazmente un personal de recepción que controla mil y un detalles, con apoyo en los de mantenimiento y limpieza. Y, además, sabe lidiar con paciencia infinita, amabilidad y también firmeza con la ralea campista, que, como de todo tiene que haber en la viña del Señor, pues también es particular. 

Son el corazón que atiende y gestiona todo, además del teléfono, que suena más de lo que debería con las llamadas más variadas, innecesarias o surrealistas de petardos que no tienen otra cosa que hacer en verano que ponerse a llamar a las 8:30 de la mañana. Sí, supuestamente está la dirección, pero llamar algo parecido a director, jefe, responsable, manager (para los amantes de los anglicismos) o similar al individuo que pulula por allí un par de horas —como mucho tres— al día es mucho llamar. 

El sujeto es un gofre de ojos saltones y acento de la Belgique que no tiene nada en absoluto de su popular dulce compatriota y sí de elefante entrando en una cacharrería y pidiendo las cosas para ayer o variando ofertas o gestiones según le da. Pero que quizás sí sabe de la profesionalidad y buen hacer de las chicas de recepción y por eso delega tanto o pasa de quedarse más. O quizás es de esos jefes que están en otra dimensión, con unas tareas de tal envergadura que lo obligan a andar de acá para allá en su moto y que el común de los mortales no entenderíamos. Pero este es el párrafo que le he dedicado al fulano y no merece más.


Las que se merecen mi admiración y cariño, pese a haber compartido solo unos días con ellas, son esas estupendas chicas de recepción —desde las más veteranas hasta las de prácticas— tan competentes como simpáticas y admirables por esa capacidad de lidiar con 50 cosas a la vez y con los campistas, que tienen más de un trago. Así que un abrazo grande para todas. Por lo que me han ayudado y enseñado y su buen talante y disposición. Ha sido un placer conoceros y espero que nos encontremos más veces por ahí.

La fauna campista

Las anécdotas de estos días han sido unas cuantas, así que deben de ser infinitas a lo largo del tiempo. No es la primera vez que estoy frente al público. Hace varios años ya me teníais en el aeropuerto de Barajas alquilando coches y eso sí que es otro mundo. Así que, dejando aparte los picos de estrés propios del oficio, la cosa ha sido más o menos tranquila. Y eso que ha sido en la temporada más alta de estos sitios, que se llenan en verano y se olvidan en invierno.

El personal campista se caracteriza por su heterogeneidad: hay parejas, familias y grupos de amigos que pueden llegar con tiendas —algunas de máster para montarlas—, en caravanas —que ya hay ganas de tirar de ellas con el coche— y en autocaravanas —un poco mejor invento—. Y van y vienen de todas partes. Unos buscando el calor, como los del norte. Otros buscándolo más, como murcianicos, chés o andaluces. Todos han disfrutado de una fabulosa ola de fuego del infierno que nos ha achicharrado en general.

Y también todos significan «los que». Ahí van unos cuantos:

  • Los que meten las caravanas en parcelas que no son y, además, se dejan a un niño dentro, se largan, no los localizas y vienen los que sí tenían esa parcela reservada.
  • Los que solo quieren venir a la piscina y te pueden montar el pollo porque les parece caro o no entienden que, porque es agosto y el aforo está restringido porque resulta que ESTAMOS VIVIENDO UNA PANDEMIA MUNDIAL, no se vendan entradas o no se permitan visitas de un día.
  • Los que insisten en reservar por teléfono cuando te aburres de repetirles que solo se hace a través de la web del camping. Y en ese tiempo que pierden y te hacen perder han podido hacer ya 28 reservas.
  • Los que no tienen ningún tipo de vergüenza ni sentido del ridículo o el pudor, ni por supuesto del saber estar, y entran a hacer cualquier gestión o preguntar alguna chorrada medio mojados de la piscina y, claro está, sin camiseta. Esos son particularmente los hombres, imagino que no hacía falta precisar. Y si por lo menos lucieran cuerpos en condiciones, todavía tendrían pase, pero el catálogo de modelos que han desfilado en general ha sido, por decirlo suavemente, mejorable. 
  • Los que vienen a contarte las batallitas con los mosquitos, que lo han puesto tibio de picotazos por todo el cuerpo, y se quejan de todos los que hay. Y te quedas pensando que ha sido una pena que no le picaran más.
  • Los que flipan cuando se les dice que se les cobra la wifi con bonos por distinto número de días de uso. Se entiende que ya no podemos vivir sin móviles ni internet, pero venirte a un camping, donde te pasas tirado en una colchoneta media semana, compartiendo baños y duchas comunes y hecho un pintas, y preocuparte o poner mala cara por la dichosa wifi es de juzgado de guardia.
  • Los que se quejan del calor. En agosto. Algo inaudito efectivamente.
  • Los de la mascarilla, que entran sin ella, se les pide que se la pongan y pasan olímpicamente. Ya no se lo dices más, pero te dan ganas de partirle la cabeza. Y aquí entran también los que son familia de 30 miembros y llaman a ver si se pueden juntar en una parcela. Poco está haciendo el coronavirus dichoso...
  • Los que todavía andan con las neuronas justas y propias de los veinte años y llegan contando historias sobre las veces que llevan viniendo al camping durante toda su vida y resulta que hay mucho lío de fianzas, cargos o reglas que antes no había. Ojo, toda la vida, antes... Repito, monigotes de veintipocos años.
  • Los que son exquisitos y se quejan por los campistas vecinos de parcelas que montan tiendas a lo grande, con toldos, sus cocinas y neveras, y —¿cómo es posible?— arman bulla. Claro, es que están en el Ritz, no en un camping.
  • Los que son más enternecedores, la verdad: esas familias que vienen con sus niños y los abuelos a bungalós o en caravanas y se lo pasan verdaderamente bien, tanto que repiten cada año.
  • Los que viven únicamente para poder alquilar una nevera (o dos) porque vienen con un cargamento de medicinas también vitales y casi se echan a llorar porque, como las neveras no se reservan, han llegado y no hay. ¿Y cómo es que no se echa una neverita de casa, señora? O mejor, ¿y cómo es que no se queda en su casa, tranquilita y ahorrándose sofocos tontos?
  • Los que vienen de camino, te llaman y preguntan que dónde tienen el Decatlón más cercano.
  • Los que vienen con el microondas, bueno, con media casa. ¿En serio? Te vas de tu piso de 80 metros cuadrados a una parcela de las mismas dimensiones y, además, enlatado. La incongruencia humana elevada a la enésima potencia.

Y, en fin, así hasta el infinito y más allá.

Pero bueno, el último día cumplí uno de los sueños de mi vida: estar en el supermercado un ratito echando una mano, cerca de un horno de pan y despachando cruasanes y napolitanas de chocolate. Igual tengo que tirar por ahí ahora. Ha sido el mejor broche final.

En resumen

Que lo he pasado muy bien, la verdad. Como experimento sociológico, ya se sabe que los trabajos cara al público son lo mejor. Y a los que nos gusta contar historias y escribirlas observamos mucho el panorama humano porque luego nos da material para ellas.

Una vez más mi agradecimiento y cariño a toda la gente que he conocido.


Fotos: (c)Mariola Díaz-Cano

Comentarios

  1. Verdades como puños y a hacer puñetas deberías haber mandado a más de uno.

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  2. Gracias "Mujer escritora y observadora" que plasma en este artículo su huella de persona valiosa y sobre todo "pensadora" dejando caer que no todo vale en esta vida y no tiene miedo de decir las cosas por su nombre! Esto solo se encuentra en una mujer que es libre y ha desprendido lo aprendido! 👌👌👏👏

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  3. Qué buen relato! Me he reído un montón y es taaaan real. Sólo me queda una duda. ¿Te comiste un croissant caliente hasta el punto de quemarte pero no poder dejar de mordisquear lo? Yo lo hubiera hecho, jejeje. Un beso enorme

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    Respuestas
    1. Desde luego. Pero fue la napolitana de chocolate, que me gustan más. Me estuvo deliciosa…

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